Para comprender Chambord hay que dejarse llevar por la
exaltación y la desmesura de Francisco I que, cuando cumplió
veinticinco años, quiso dar al mundo el testimonio espectacular
de sus dos pasiones: la caza y la arquitectura. Para comprender
toda la magnitud, debe abandonarse progresivamente al
descubrimiento de un lugar único construido a comienzos del
Renacimiento. En primer lugar, hay que traspasar un muro de 32
kilómetros de largo, penetrar en un bosque denso y con abundante
caza, y descubrir en su centro una joya arquitectónica intacta.
Después, hay que dejarse abrumar por su gigantismo, fuera de
toda escala humana, y dejarse sorprender por esta alquimia de
las formas y de las estructuras en donde nada se ha dejado al
azar.
Chambord es mucho más que un castillo: es una arquitectura
excepcional, una proeza técnica, un coloso de piedras…
simplemente, el sueño del joven rey Francisco.
La claridad geométrica del plano de Chambord, la armonía de sus
proporciones y la fantasía de sus tejados erizados de
torrecillas, chimeneas y tragaluces vertiginosos son fuentes de
admiración y de especificidades. La sombra de Leonardo da Vinci,
“arquitecto” oficial que murió unos meses antes del comienzo de
la obra en 1519, planea sobre la asombrosa escalera de doble
revolución. Francisco I, comanditario y montero mayor, sólo pasó
unas semanas en el castillo para cazar en los bosques de los
alrededores, dejándolo vacío de muebles y de habitantes después
de cada paso y, finalmente inacabado.
Los sucesores inmediatos de Francisco I prácticamente nunca
fueron a Chambord. Aunque Enrique II prosiguió las obras del ala
de la capilla, Carlos IX sólo cazó allí en pocas ocasiones y fue
Gastón de Orleans quien dio un poco de vida a los lugares.
Exiliado dos veces en el condado de Blois por su hermano Luis
XIII, residió frecuentemente en Chambord entre 1634 y 1660 y
asumió las primeras transformaciones y restauraciones con la
instalación de sus aposentos en el ala real. Pero la
construcción sólo finalizó realmente con Luis XIV, que amaba
este lugar prestigioso hasta tal punto que residió allí en ocho
ocasiones marcadas por cacerías, ballets y obras de teatro como
las de Molière y Lully como, por ejemplo, el Señor de
Pourceaugnac o el Burgués gentilhombre, que se representó por
primera vez en el castillo en 1670. Acudiendo con la corte desde
1668, el rey hizo terminar el ala de la capilla, transformar una
parte de la primera planta de la torre del homenaje para
acondicionar una suite real a costa de la lógica y de la
distribución original, así como elevar el recinto inferior con
una planta para poder alojar a más personas. También se habían
previsto acondicionamientos exteriores, caballerizas y jardines,
pero nada de ello se llevó a cabo.

Para Chambord, el siglo XVIII fue el período durante el cual sus
ocupantes efectuaron las estancias más largas. El castillo se
transformó en prestigioso “regalo” real. Estanislao Leszczynski,
suegro de Luis XV, esperaba de este último un refugio después
del exilio al que le había obligado su país y en este contexto
ocupó Chambord durante ocho años. Su estancia se caracterizó por
un mobiliario permanente del castillo gracias a los suministros
procedentes del guardamuebles de Versalles. En 1748 Maurice de
Saxe se convirtió, durante dos años, en el nuevo ocupante de
Chambord. Para recompensarle por las victorias militares
conseguidas para Francia, fue ascendido a mariscal y en 1748
recibió del rey Luis XV el título de gobernador vitalicio del
castillo de Chambord.

Un nuevo mobiliario procedente de los
guardamuebles reales decoró de nuevo el castillo que era el
marco de una brillante vida cortesana en donde la caza y el
teatro eran muy importantes. La ocupación de los lugares estuvo
acompañada por el acondicionamiento de las caballerizas
inacabadas de Jules-Hardouin Mansart para instalar un
acaballadero real. La muerte del mariscal de Saxe en 1750 llevó
a Chambord a su sobrino, el conde de Friesen, que residió allí
durante cinco años.
A partir de 1784 la instalación permanente del marqués de
Polignac como gobernador mantuvo un castillo amueblado y se
llevaron a cabo nuevos acondicionamientos en la eventualidad de
una estancia del rey Luis XVI. Durante el período
revolucionario, los titubeos relacionados con el futuro de
Chambord justificaron el hecho de que el castillo albergara
sucesivamente almacenes de forraje, un taller de fabricación de
pólvora, una prisión y la sede de la 15ª cohorte de la Legión de
honor.
Después de la victoria de Wagram de 1809, Napoleón regaló
Chambord al mariscal Berthier que sólo lo disfrutó durante dos
días. Después de la puesta en venta por la viuda de este último,
autorizada por Luis XVIII, se organizó una suscripción para
comprar Chambord con objeto de entregarlo al heredero de la
corona. Se trataba del duque de Burdeos, nieto del rey Carlos X.
Así pues, fue él quien, en 1820, cuando todavía no había
cumplido un año, se convirtió en el nuevo propietario del lugar.
Obligado al exilio durante mucho tiempo, no descubrió su bien
hasta 1871 con motivo de una breve estancia durante la cual
redactó el famoso manifiesto que explicaba los motivos que lo
habían llevado a rechazar la corona. A pesar de este exilio este
personaje comenzó una campaña de restauración que sus sobrinos,
los Borbón Parma, prosiguieron intensamente de 1881 a 1892, en
particular con la restauración de la linterna de la torre del
homenaje.
Propiedad del Estado desde 1932, Chambord prosigue sin tregua
sus restauraciones
www.chambord.org