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VIAJE A EGIPTO,  RUMBO A EL CAIRO VÍA ITALIA 

UNA OJEADA SOBRE EL ISLÁM Y LA FAMILIA 

La Mujer en El-IslamIbrahim toma la palabra y entra en profundas deliberaciones religiosas del mundo islámico. "...No sólo los católicos creen en Jesús; los musulmanes también creemos en él, aunque no sigamos su doctrina. Reconocemos que es un enviado de Dios en la tierra, al igual que Mahoma para el mundo islámico. De hecho Jesús es un nombre árabe (Aisa). ¿Como podía recibir Jesús un nombre católico, si el mundo cristiano no existía antes de su llegada? Sin embargo el mundo hebreo y musulmán existían, si bien la religión islámica, no fue instituida oficialmente hasta la llegada del profeta. Mahoma dictó en el libro sagrado (el Corán) las normas que el pueblo musulmán tenía que seguir. En Asia nacieron todas las religiones evolucionadas siendo las tres más importantes las monoteistas, creyentes en un solo Diós creador..." Estas han contado con sabios teólogos como Sto. Tomás de Aquino o San Agustín para el cristianismo, Al Ashari para el Islám o Maimónides para el Judaismo..." El profeta nace a finales del s. VI y el Islám (la religión) se inicia a principios del s. VII. Las tres religiones siguen unas líneas maestras y paralelas que no podemos negar. Veamos: El Islám cree en un solo Dios, creador del Universo, cree en los ángeles y en los profetas. Como el cristiano, tiene fe en el día del Juicio Final y en la Resurección. Cree en los malos espíritus inductores del pecado. Limosna obligatoria y ayuna en el noveno mes lunar). Rezar cinco veces al día, ablución, e ir, por lo menos una vez en la vida a la Meca, cuna del islamismo..."

Llegado al capítulo de las cruzadas, Ibrahim, con voz parsimoniosa asegura con una sonrisa que los verdaderos triunfadores de esas guerras fueron los países árabes ya que las verdaderas razones de las cruzadas no eran, en la mayoría de los casos cuestión de fe, sino razones puramente políticas. El Cairo, cuyo nombre quiere decir "La Vencedora" debe su nombre, al parecer, a esas razones. El musulmán, en su Guerra Santa, que es ni más menos que la réplica a nuestras cruzadas, sí luchaba por la fe, y la fe siempre vence lo material. 

Una vez más Ibrahim brilla como filosofo en potencia y abre para el profano, unos conocimientos insospechados. En definitiva, no existen vencedores ni vencidos. El musulmán amparado por una fe inquebrantable, sólo pretende que le dejen vivir en paz siguiendo la pauta marcada por su historia, su tradición y, sobre todo, por el Corán. Antes de entrar en otra materia, para dar buena fe que las palabras del Imám son oídas por todos los rincones de esa inmensa mezquita, Ibrahim pone una mano en su mejilla y lanza un portentoso " Allah " que retumba por todas las bóvedas del templo.

Trás este monólogo explicativo de Ibrahím, que interrumpimos en contadas ocasiones -pues no habíamos ido a Egipto para oirnos contar, a nosotros mismos, lo que ya sabíamos, sino para escuchar lo que no sabíamos- y en eso me remito a las sabias palabras de Antonio Machado que decía que el arte de la conversación es: "...preguntar primero y escuchar después..." Una lección que muchos deberíamos aprender ya que todos sabemos hablar (a veces demasiado) y muy pocos, escuchar. Los que saben escuchar son, a mi juicio, unos privilegiados que salen enriquecidos de todo diálogo, porque siguen sabiendo lo que ya sabían y absorben los conocimientos de su interlocutor.

Ibrahim nos explica a continuación, las dificultades que tuvieron sus padres para criar y sacar adelante sus nueve hijos. Su padre descendiente de bereberes (o beduinos) de cuya tribu sólo quedan unas treinta mil personas, era agricultor y trabajaba la tierra. La comida nunca faltó en la mesa, pero era limitada; por eso, no sólo no permitía que uno de los hermanos se quejara de que su plato contenía poca comida, sino que ni tan siquiera permitía que levantarán ojos investigadores mirando, y comparando el contenido de su plato con el de otro hermano. Nos contó el derrotero que tomaron sus ocho hermanos, que su padre había fallecido hacia poco y que su madre estaba casi permanentemente con uno de sus hermanos. Que otro, Said, estaba en España con su esposa para tratar de sacar la carrera que estaban estudiando.  Llegado al capítulo de la madre, su corazón toma la palabra. "...Un día que estábamos todos reunidos mi madre comentó llorando que mi padre había estando ahorrando dinero para ir a la Meca -el voto religioso por excelencia de todo musulmán que abraza la religión islámica- y justo cuando estábamos a punto de conseguirlo, Diós se lo llevó..." Todos los hermanos se miraron. Sin mediar palabra, la decisión estaba tomada. Al poco tiempo, en una nueva reunión familiar -porque el árabe es muy amante de su familia con quien tiene contactos continuos- el buen hijo dice a su madre que el sueño de su padre, se convertiría en realidad porque ella, cumplirá la gran ilusión de su vida. Acto seguido le entrega un billete de ida y vuelta en avión para ir a rezar delante de la gran piedra negra (peregrinación a la Meca). La madre, emocionada se pone de rodilla delante de su hijo y le besa las manos. Puede que para nosotros, los occidentales o cristianos como nos suele llamar el pueblo islámico, este gesto, lleno de emotividad resulte algo emocionante, pero una vivencia al fin y al cabo, que entra dentro de una lógica piadosa y benefactora. Para el árabe este acto es totalmente insólito, una esposa, si ha de ponerse de rodillas, sólo lo hará ante su marido (abundan en bajos y altos relieves, así como en otras obras de arte, este tipo de particularidad, que muestra la reina a los pies del faraón).   

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