ESPOSADOS

En el sexo, como en muchas otras cosas, nuestra libertad choca a menudo con la libertad ajena, y nuestro gusto con el disgusto ajeno. Si se comparte el sexo, forzoso es compartir la libertad sexual, hacer de dos libertades una sola. Algo así como dos que escapados de una cuerda de presos, están esposados el uno al otro. Están en libertad respecto a quien les tenía presos, pero no lo están el uno respecto del otro. Mientras sigan esposados, no pueden gozar cada uno de su libertad independientemente del otro. Tienen que gozarla los dos juntos. Está claro que no son libres individualmente, sino sólo como pareja. Son una pareja libre de individuos esposados entre sí. Eso es lo que da de sí la libertad en pareja. Pero es la única posible, so pena de que uno haga todo lo que le dé la gana, a costa de arrastrar al otro a hacer lo que no quiere. En tal caso tendríamos la libertad individual de uno a costa de la esclavización del otro; la libertad de uno solo de los individuos, pero no la de la pareja. Y este principio se mantiene en pie con independencia de que las esposas que los unen sean recias y de larga duración, o endebles y de uso perentorio, incluso para un solo viaje. Mientras se está esposados, dure lo que dure esta situación se emparejan dos voluntades, se hace de las dos una sola. ¿Se pierde por ello la libertad sexual? ¿Quién se atrevería a afirmar tal cosa? Y sin embargo hoy son muchas las parejas que viven su necesaria fidelidad como una condena a la pérdida de la libertad. Si una pareja fuese el simple resultado de la atracción mutua para la cópula que a fuerza de repetirse se va prolongando en el tiempo; si únicamente se mantuviese la pareja en tanto en cuanto existe y se satisface esa atracción mutua, nunca se plantearía ni se viviría esa unión como renuncia o como pérdida de libertad individual; porque resulta que se encuentran unidos y así permanecen, dejándose llevar los dos por lo que les pide el cuerpo en cada momento. Pero esta situación no es normal, sino excepcional. La mayoría de las parejas viven esa excepcionalidad justo en el tiempo en que se forman: durante la luna de miel, que a unos les dura sólo media luna, y a otros muchas lunas, coinciden ambos en la atracción y en la entrega mutua, por lo que aunque estén sexualmente esposados el uno al otro, no sienten por ello que pierden su libertad sexual en esa unión, sino que la culminan. Pero agotada la excepcionalidad, llega la normalidad; y ésta consiste en que la coincidencia en el deseo ya no es plena; con lo que para ir al mismo ritmo, o tiene que forzar la marcha el uno, o frenarla el otro. Si cada uno se empeña en que sea su propia marcha la que marque el paso de la pareja, cada vez se alejarán más el uno del otro, hasta que llegue la ruptura. Pero si ambos están de acuerdo en seguir unidos, han de asumir que el impulso sexual no puede ser el único móvil de su conducta, sino que tienen que atemperarlo sobre dos ejes: la exclusividad, por mejor nombre fidelidad; y la acomodación, intentando amoldarse cada uno según su generosidad a los deseos del otro. Éste es el modelo de pareja al que hemos llegado en nuestra cultura después de muchos siglos de duros ensayos de esclavización sexual de la mujer, que se fue suavizando en formas cada vez más humanas de matrimonio, hasta llegar como penúltimo paso a la fórmula que propone san Pablo: el débito conyugal (mutuo) atemperado por el amor.

EL ALMANAQUE se detiene hoy en la incontinencia, la que hoy llamaríamos absoluta libertad sexual del individuo, pese a quien pese.


INCONTINENCIA

Con la palabra incontinentia traduce la Vulgata el término
akrasia (akrasía) que emplea san Pablo para justificar el débito conyugal. No os rechacéis el uno al otro...no sea que os tiente Satanás por vuestra incontinencia (dia thn akrasian). La palabra incontinentia sólo traduce una parte del término akrasia (akrasía). Se trata de un compuesto de, kratoV (krátos), que es la fuerza, el vigor, el dominio. AkrathV (akrátes) por tanto (con la a privativa) es aquel a quien le falta el poder, quien no tiene dominio (en este caso, sobre sí mismo). Y akrasia (acrasía) es la fata de fuerza, la debilidad. Los griegos llamaban a la vejez la acrasía de la edad; en medicina la acrasía de las manos o de las piernas era la pérdida del dominio sobre estos miembros. Del que era incapaz de contener su lengua y decía todo lo que le venía en gana, decían que sufría acrasía verbal, la que llamamos nosotros incontinencia verbal. La acrasia en la bebida era la afición a beber inmoderadamente.

Estamos ante una visión diametralmente opuesta de lo que es el poder y el no poder, la potencia y la impotencia. En nuestras lenguas y en nuestra cultura, que ha promocionado y mitificado el ejercicio del sexo (inequívocamente del masculino), potencia es capacidad copuladora; e impotencia, incapacidad de copular. En la cultura estoico-cristiana, en cambio, se llama impotencia (en griego
akrasia / akrasía, falta de poder y dominio, rebajada a incontinentia en latín) a la incapacidad de dominar los impulsos sexuales. Nada sorprendente, si tenemos en cuenta que donde estaba el déficit más importante no era en la capacidad de copulación, sino en la de contención de los deseos sexuales (el término, claro está, se forjó pensando en la sexualidad masculina); y que sólo puede haber orden sexual si hay autorrepresión o autodominio de los impulsos sexuales, es decir capacidad de contenerse. Cambian los héroes según los dos puntos de vista: en el individualista-machista, es el más poderoso el que mayor capacidad de copulación tiene; en el que se esfuerza por integrar la sexualidad del individuo de manera que no vulnere la libertad sexual de los que forman su entorno, el más poderoso es el que es capaz de contener su sexualidad en los límites socialmente pactados. Eso es poder, eso es dominio, eso es potencia. Lo contrario es impotencia e incontinencia.

San Pablo, en el mismo capítulo 7 de la famosa carta a los Corintios, establece dos niveles de continencia: una rigurosa, la que practica él mismo, consistente en renunciar totalmente al sexo; el llamado celibato. Lo alaba, pero recomienda de forma más perentoria el matrimonio. Por lo visto los efesios (auténticos ad-efesios) estaban empeñados en ser más papistas que el papa, y querían hacer que san Pablo se pronunciase por las opciones más puristas y extremistas. Pero les dice claramente: Respecto a lo que me escribisteis, es bueno que el hombre no toque a la mujer; pero por razón de la prostitución (exactamente
porneia / pornéia, prostitución) cada uno tenga su mujer, y cada uno su marido. Y luego remata más adelante recomendando que se practique asiduamente el sexo (a ser posible eligiendo la vía más excelente: el amor), no vaya a ser que la excesiva continencia desemboque en incontinencia con el diablo por medio.

LA FRASE

Todo deseo estancado es un veneno. André Maurois

En general, todo lo que se estanca, se pudre. Las mejores aguas son las que circulan constantemente. Se derrochan igual que se derrocha la vida (¿de qué serviría ahorrarla?).

CUÑAS PARA EL DEBATE

1. ¡Para qué vamos a andarnos con rodeos! No puede ser igual la incontinencia del que va al día, que la del que acumula ayunos, abstinencias y continencias; el riesgo de desastres aumenta en la medida en que aumenta la presión a causa de las prolongadas continencias. Cometemos la hipocresía de tratarlo como un tema individual; pero no lo es del todo.    
 

 2. Cuando una pareja ha decidido poner en común su vida sexual, es razonable entender que el devenir de ésta es una cuestión común. Plantear en este contexto la libertad sexual de cada uno de los miembros de la pareja dentro de la misma (no hablo aún de infidelidades) será todo lo moderno que se quiera, pero es jugar con cartas distintas de aquellas con las que se empezó la partida.    
 

 3. Como ocurre en psiquiatría, que los problemas se procura contextuarlos en el entorno sobre todo familiar del enfermo, también cuando se dan desviaciones graves de la conducta sexual, el examen del funcionamiento de la pareja da a menudo algunas de las claves del desaguisado.    
 

 4. Partiendo de la base de que la pareja humana no responde a un esquema biológico determinado por la naturaleza (nuestros afines están agrupados de formas distintas), sino que es una imposición cultural, se trata de encontrar la manera de que el peso de esta imposición cargue por igual en los dos miembros de la pareja; y mejor aún si el amor aligera el peso hasta hacerlo desaparecer.