El espectáculo: un petrolero decrépito se
rompe cerca de la costa gallega: los políticos actúan en su mezquino
marco: España, con desidia al principio, como de oficio, hace lo que
puede, que es poco. La globalidad en que se vive hace que el gobierno
local gallego pueda hacer menos aún, porque no es él la fuente del
derecho del mar. A España le ocurre casi lo mismo: de hecho el petrolero
roto es intocable: tiene tantos derechos como un estado, y tanta fuerza
como las compañías petroleras, las mafias y los estados que están tras
él: si el transporte del crudo se hiciese conforme al sentido común y a
la decencia, las compañías petroleras verían sensiblemente recortados
sus beneficios. Europa tampoco está dispuesta a hacer nada en el plano
que corresponde, que es el legal, porque ahí están ya los intereses
contrapuestos.
Mientras el petrolero ("Prestigio" de nombre)
iba soltando su marea negra, y los responsables (ayuntamientos, gobierno
local, gobierno español y gobierno europeo) estaban instalados en una
actividad cansina, lastrada por el fatalismo y la resignación, los políticos
de la oposición se lanzaban a la yugular del gobierno, acusándole de
desidia criminal, de responsable principal de que el petróleo estuviese
manchando el mar y las costas. En fin, creando un pésimo ambiente que no
aportaba ni un gramo a la solución del problema. Y la tercera pata, las
oenegés que se han apuntado a última hora a recoger laureles, estaban
también aletargadas.
Ese es el cuadro: unas estructuras políticas pesadísimas,
costosísimas, que se supone que están para pensar, sentir y actuar por
los ciudadanos, pues gastan alrededor del 50% de su producto bruto. Pues
no, no funcionan ni de lejos en proporción con lo que cuestan; así que
se han de remangar los ciudadanos.
Así es en efecto: se está poniendo freno a la marea
negra con una marea blanca formada por ciudadanos desplazados a Galicia
para echar una mano de la manera que puedan. Ellos han forzado el
aprovisionamiento de medios por parte de gobiernos municipales y autonómicos
de toda España y por parte de empresas. El ejército se ha tenido que
implicar mucho más allá de lo que tenía previsto (¿es que el ejército
español no tiene los 10.000 soldados que puedan hacer el trabajo de los
voluntarios? Pues no: ni los soldados ni los medios ni la voluntad). Ese
es el espectáculo: los políticos con responsabilidad, a remolque de la
ciudadanía; y los de la oposición aprovechando la desgracia para
fastidiar a los que gobiernan, pero sin arrimar el hombro para nada. ¡Con
lo bien que hubiesen quedado movilizando a sus militantes de toda España
para ir a echar una mano adelantándose así a los 10.000 voluntarios!
Pero no están para eso. Ni se les ocurrió. Eso ha tenido que hacerlo el
pueblo llano, la ciudadanía.
Los políticos y la política han quedado profundamente
desacreditados en esta crisis. Unos y otra han mostrado su bajísima
talla. Es que al fin y al cabo es un oficio (y no como otro cualquiera,
sino con más agujeros negros que cualquier otro), y ya se sabe, no va a
estar uno matándose todos los días en el ejercicio de su prebenda. Por
lo visto todos han ido de caza: los más zagueros siguen aún cazando a
los cazadores. La ocasión la pintan negra. Es la política.
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