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NÓMINA RERUM por Mariano Arnal

VOLUNTARIO


El concepto de voluntariado es tan antiguo como el mundo. Lo más parecido a esta práctica fue en la antigüedad la sagrada institución de la hospitalidad, que consistía en acoger ¡en la propia casa! al que venía de fuera, al peregrino. Hoy está sumamente comercializada en la industria de hostelería y restauración, e institucionalizada en los hospitales, residencias de ancianos, asilos, casas de acogida, etc. Tanto que incluso cedemos a estas instituciones funciones que corresponden a la familia, como es por ejemplo el cuidado de nuestros propios ancianos. ¡Como para meter en casa a los d fuera! Caridad sí, pero fuera.

En nuestra cultura el primer voluntariado organizado fue el diaconado formado por los primeros cristianos que se prestaban a servir a los pobres, En efecto, diakonoV (diákonos) es el servidor. Las primeras comunidades cristianas fueron auténticas comunas, que se agotaron pronto porque contaban únicamente con la caridad, pero descartando la producción cuyos medios vendían para darles el dinero a los pobres. Desaparecida esta organización siguió sin embargo el diaconado en la iglesia con esas mismas funciones, hasta que aparecieron las órdenes monásticas asistenciales, verdaderas comunidades de voluntarios y voluntarias que atendían y siguen atendiendo instituciones asistenciales como hospitales, asilos, comedores públicos, etc.

En realidad es un triunfo de la caridad el hecho de que el mayor volumen de actividad asistencial acabe institucionalizándose; pero nunca se agota el campo del voluntariado, porque no caben todos en las instituciones, y sobre todo porque fuera de nuestro ámbito queda mucho mundo que vive en condiciones deplorables y agradece toda la ayuda que se le pueda prestar. Fue también una institución eclesiástica, las misiones, la que mezclando proselitismo y asistencia humanitaria se lanzó al tercer mundo a ejercer la caridad. Todas las confesiones cristianas desembarcaron en los países más pobres con hombres y mujeres dedicados al voluntariado a tiempo completo.

Con estos antecedentes no es de extrañar que tal como se ha ido reduciendo el número de religiosos y religiosas dedicado a labores asistenciales, se haya llenado por laicos el hueco que han dejado éstos, primero al lado de la iglesia, y luego con total independencia. Cáritas es un claro ejemplo de esta evolución. Las instituciones acopian recursos y resuelven la parte económica de sus labores asistenciales: pero luego se necesita el calor humano y arrimar el hombro para que los recursos cundan más y luzcan más. Ese es el lugar de los voluntarios. Lo que aportan sobre todo es la voluntad, que es lo que da a su colaboración una calidad que no puede alcanzar la simple profesionalidad. Son planos distintos que sin embargo afortunadamente convergen en ocasiones.

Como dice el refrán hace más el que quiere que el que puede. Esa es la clave y esa es la fuerza: la voluntad movida por la solidaridad, que es la versión laica de la virtud cristiana de la caridad, una virtud que con sus sombras, que no le faltan a ninguna actividad humana, lleva dos mil años echando raíces y fructificando. El tiempo ha cambiado las formas y los nombres, pero no el fondo