El concepto de voluntariado es tan antiguo como
el mundo. Lo más parecido a esta práctica fue en la antigüedad la sagrada
institución de la hospitalidad, que consistía en acoger ¡en la propia
casa! al que venía de fuera, al peregrino. Hoy está sumamente
comercializada en la industria de hostelería y restauración, e
institucionalizada en los hospitales, residencias de ancianos, asilos,
casas de acogida, etc. Tanto que incluso cedemos a estas instituciones
funciones que corresponden a la familia, como es por ejemplo el cuidado de
nuestros propios ancianos. ¡Como para meter en casa a los d fuera! Caridad
sí, pero fuera.
En nuestra cultura el primer voluntariado organizado fue
el diaconado formado por los primeros cristianos que se prestaban a
servir a los pobres, En efecto,
diakonoV (diákonos) es el servidor.
Las primeras comunidades cristianas fueron auténticas comunas, que se
agotaron pronto porque contaban únicamente con la caridad, pero
descartando la producción cuyos medios vendían para darles el dinero a los
pobres. Desaparecida esta organización siguió sin embargo el diaconado en
la iglesia con esas mismas funciones, hasta que aparecieron las órdenes
monásticas asistenciales, verdaderas comunidades de voluntarios y
voluntarias que atendían y siguen atendiendo instituciones
asistenciales como hospitales, asilos, comedores públicos, etc.
En realidad es un triunfo de la caridad el hecho de que
el mayor volumen de actividad asistencial acabe institucionalizándose;
pero nunca se agota el campo del voluntariado, porque no caben todos en
las instituciones, y sobre todo porque fuera de nuestro ámbito queda mucho
mundo que vive en condiciones deplorables y agradece toda la ayuda que se
le pueda prestar. Fue también una institución eclesiástica, las
misiones, la que mezclando proselitismo y asistencia humanitaria se
lanzó al tercer mundo a ejercer la caridad. Todas las confesiones
cristianas desembarcaron en los países más pobres con hombres y mujeres
dedicados al voluntariado a tiempo completo.
Con estos antecedentes no es de extrañar que tal como se
ha ido reduciendo el número de religiosos y religiosas dedicado a labores
asistenciales, se haya llenado por laicos el hueco que han dejado éstos,
primero al lado de la iglesia, y luego con total independencia. Cáritas es
un claro ejemplo de esta evolución. Las instituciones acopian recursos y
resuelven la parte económica de sus labores asistenciales: pero luego se
necesita el calor humano y arrimar el hombro para que los recursos cundan
más y luzcan más. Ese es el lugar de los voluntarios. Lo que
aportan sobre todo es la voluntad, que es lo que da a su
colaboración una calidad que no puede alcanzar la simple profesionalidad.
Son planos distintos que sin embargo afortunadamente convergen en
ocasiones.
Como dice el refrán hace más el que quiere que el que
puede. Esa es la clave y esa es la fuerza: la voluntad movida
por la solidaridad, que es la versión laica de la virtud cristiana
de la caridad, una virtud que con sus sombras, que no le faltan a ninguna
actividad humana, lleva dos mil años echando raíces y fructificando. El
tiempo ha cambiado las formas y los nombres, pero no el fondo
|
|