Entre los derivados de gesto tenemos el verbo
gestar (gestare), que nunca lo emplearon los romanos con el
actual significado de gestar. Otro tanto ocurrió con el
respectivo sustantivo gestatio, que nunca emplearon con
nuestro significado de gestación: es una clara advertencia en
pro de la atención a la historia de las palabras. Por el mismo
camino va el gestor latino que fue, además de gestor,
un prototipo del teatro: correveidile, difamador, chismoso. ¡Qué
cosas! Pero el principal cambio en este grupo léxico lo constituye
la pérdida del verbo gestio, gestire, géstii, con el
significado de saltar de alegría, dar brincos de contento, estar
exultante, estar alborozado, entregarse a transportes de alegría
exagerada; con una extensión hacia los deseos vehementes por algo:
estar impaciente, arder en deseos. ¡Con lo que embellecería nuestro
léxico y hasta nuestra acción un verbo así!
Tuvieron también los romanos, continuando con las diferencias, el
frecuentativo gestitare (llevar frecuentemente, tener
costumbre de llevar: istum ánulum gestitabat, solía llevar
este anillo). Por lo demás, se mantuvo el verbo gérere, gestum,
y la forma reflexiva se gérere,
en los parámetros significativos que han pasado a nuestra
lengua: no podía ser de otro modo, pues todo este grupo léxico fue
recuperado a posteriori, en calidad de cultismos por tanto.
He ahí algunos ejemplos de los
usos latinos de este lexema: Vestem ferinam qui gessit primus,
el primero que llevó un vestido de fiera (de piel); gérere
témpora tecta pelle lupi, llevar las sienes cubiertas con la
piel del lobo; gérere saxa in muros, llevar piedras para los
muros; gérere in cápite galeam, llevar el casco en la cabeza;
vírginis os habitumque gerens, llevando el aspecto y el
vestido de doncella.
La principal lección léxica que
hemos de deducir es que la gestión y el gesto son dos
caras de la misma moneda, dos estados distintos de la misma palabra:
la acción representada en la gestión (-ción, -tión
es precisamente la desinencia de acción) y la actitud, la
disposición, representada en la forma supina gesto. Es que
son infinitas las situaciones en que la capacidad de gestión
es limitada, en que muy poco o nada se puede hacer: por ejemplo ante
una gran calamidad o ante la muerte. Ahí no nos quedan más que los
gestos, y debemos prodigarnos en ellos. Por eso los más
importantes están ritualizados.
Y hay gestiones que
quedan infinitamente realzadas por el gesto. Lo que hace una
madre con su hijo no vale por su eficacia (effícere, como
perfícere: hacer del todo), sino por el gesto, por la
actitud. Otro tanto ocurre en las demás relaciones humanas (y las
políticas lo son): es un disparate atroz descuidar el gesto.
Y más en una situación desesperada. Eso es lo que pretende
transmitir un nombre como “Gesto por la Paz”. Cuando la
capacidad de gestión es entre limitada y limitadísima, lo
único que queda de inmensamente valioso es el gesto. Y como
tal se agradece incluso más que la gestión. Es que estamos en el
plano anímico: y la política también ha de tener alma cuando
gestiona cosas incontrolables y a veces irresolubles que al
final atañen al alma.
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