Solemos olvidar
el significado de los nombres, pero en el caso del petróleo
es evidente: se trata de un compuesto de las palabras latinas petra
(piedra) y óleum (aceite). De
hecho una de las denominaciones legítimas en español del petróleo es la
de aceite de piedra, que se ve
con frecuencia en libros antiguos. El petróleo se conoce en efecto desde
muy antiguo, y el primer uso que se le dio fue el de aceite de alumbrado,
para alimentar los candiles, sustituyendo a los más frecuentes aceites y
grasas vegetales y animales. Es que los primeros suministros de petróleo
procedían realmente de fuentes naturales del mismo aspecto que las
fuentes de agua: el petróleo manaba de las piedras. Por eso fue lo más
obvio que a esa sustancia que salía del manantial y se quemaba en los
candiles igual que el aceite de oliva, se la llamase aceite
de piedra, porque de la piedra manaba. Y por eso, de la misma manera
que las aguas minerales y los aceites se usaban en medicina, también se
empleó esta singular agua grasienta en la medicina.
El origen orgánico
del petróleo está explicado hasta la saciedad, y en el papel salen todas
las cuentas. La única cuenta que no sale es la del inmenso fracaso del
ciclo cerrado de la vida. Por más cuentas que echemos, la producción
total de petróleo que nos sale partiendo de un cataclismo que sepultase
toda la vida que actualmente hay en el planeta, quedaría muchos enteros
por debajo de los yacimientos petrolíferos que estamos explotando. Los
yacimientos petrolíferos son a primera vista enormes bolsas de materia
viva que fue incapaz de reciclar la propia vida. Son el resultado de una
tremenda desmesura biológica. De una forma monstruosa de la vida, que
fracasó y quedó sepultada primero en el fondo de las aguas, dicen, y
luego en el fondo de la tierra.
Lo más
sorprendente, y quizás premonitorio, es que sólo sea posible sostener la
desmesura y la monstruosidad biológica que representa el sistema ecológico
humano, todo él forzado por y para la explotación (una cadena formada
por el hombre y las demás especies artificiales tanto animales como
vegetales); lo sorprendente, digo, es que sólo sirviéndonos de otra
desmesura biológica es posible nuestra desmesura, basada en la hibridez y
la hibridación, es decir en saltarnos las leyes de la naturaleza, en
violentarla. Los griegos llamaron a eso
ubriV (hýbris),
cólera, ira, soberbia, arrogancia, insolencia; y de ahí deduciría el
latín la hibridación, cuyo objetivo y resultado es forzar la reproducción,
llegar a la exuberancia.
Deberíamos
ser conscientes cuando extraemos petróleo, lo paseamos por todos los
mares de la tierra, lo destilamos, y luego lo empleamos quemándolo
directamente o integrándolo en todo género de productos, que en realidad
estamos sacando de las entrañas de la tierra el más estrepitoso fracaso
de la vida: su incapacidad de reciclarse por haber crecido en exceso. Y
que estamos jugando a hacer de superhombres justamente con ese sobrante
que no ha sido capaz de absorber la vida. No es de extrañar pues que
tanto en la tierra, como en el mar, como en la atmósfera, esos residuos
intratables de la vida nos den tremendos sustos cuando se nos escapan de
las manos.
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