Por como van las
cosas, tal parece como si el prestigio propio y el desprestigio ajeno
fuesen una necesidad nacional. La conclusión que saca el espectador del
gran espectáculo político que está dando España en todos los foros, es
que a unos el PRESTIGIO hundido y sacando basura sin parar, les va como
anillo al dedo; tanto que a uno de ellos se le derramó por la boca la
abundancia de su corazón, y dijo que con el “Prestigio” hundido
andaban sobrados de votos; pero que si pasasen escasez, no tenían más
que hundir otro barco.
Es lo que decía del
análisis de la realidad: la sintaxis rige el orden de la oración y el
discurso; pero no viene indicado en cada palabra cuál hace de sujeto,
cuál de objeto, cuál de paciente, cuál de agente, cuál va relacionada
con cuál. Para eso está el análisis, para descubrir funciones y
relaciones. Y va el bocazas ese y canta lo que los oídos no embotados
percibían claramente. Los suyos lo fulminaron, claro está, porque los
puso en evidencia ante los ingenuos.
Esos mismos, desde el
primer día, cuando aún no tenía nadie clara la magnitud de lo que se
nos venía encima, adivinaron que el “Prestigio” (¿por qué nos
empeñamos en llamarlo “Prestís” si no podemos llamarlo Prestige?)
podía ser una fuente de desprestigio para el gobierno, y se alzaron con
el botín. A ello se dedicaron los primeros 15 días de la crisis. Pero
como el desastre crecía sin parar, descubrieron que no sólo podían
obtener del barco hundido desprestigio para el gobierno, sino también
prestigio para ellos. Y a partir de entonces todo fue intentar ponerse en
el lugar del gobierno, ponerse al frente del desastre, convertirse en los
mediadores y hasta expendedores de todo bien para los damnificados, y en
asesores indispensables para cualquier problema técnico, económico o
jurídico. Dicen que si se les deja intervenir en la crisis, serán
leales. Y para sacarle aún mayor rentabilidad al asunto, proponen hacer
una gira por Europa. Una auténtica y apoteósica “Operación
Prestigio”.
A los del gobierno,
abotagados, no sólo les faltaron reflejos para aprovechar esa calamidad y
tamaña desgracia para hacer alarde de su solidaridad con los damnificados
y de su capacidad de gestionar todos los recursos habidos y por haber; no
sólo les faltó esa presteza para aprovechar la magnífica oportunidad de
lucirse ante el pueblo como excelentes gobernantes por su humanidad, por
su desvelo y por su capacidad (como hace todo buen político, que
aprovecha toda oportunidad de parecer mejor de lo que es), sino que
percibieron desde el primer momento el problema del “Prestigio” como
una fuente de desprestigio para ellos; de manera que durante los primeros
15 días se empeñaron en matar el asunto, en vez de gestionarlo. Y como
el asunto no se dejó matar, esa táctica se volvió contra ellos.
Ese es el
espectáculo: mientras a los políticos se les escapan por los boquetes
chorros de energía en la “Operación prestigio”, los afectados por el
desastre y la multitud de pueblo que está con ellos tienen una
percepción muy distinta del desastre: el maldito PRESTIGIO está
arruinando sus campos de cultivo, que están en la mar. Por eso han
emprendido esa batalla épica contra el Prestigio y su viscoso oro negro
envenenado.
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