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NÓMINA RERUM por Mariano Arnal

LA GESTIÓN TÉCNICA Y LA GESTIÓN POLÍTICA



En el hundimiento del “Prestigio” y las calamidades que de él se han derivado, hay dos aspectos bien distintos a contemplar, que se confunden en un totum revolutum, porque a mar revuelto y pringado, va a haber muchos pescadores de fortuna que ganarán. Muchos: que desde las funerarias hacia atrás, las empresas dedicadas a remediar males, figuran entre las más rentables. De ahí que sea tan alto y acendrado el empeño de tantos por ser precisamente ellos quienes remedien los males de la humanidad. Indicios de que son muchos los que sienten que el hundimiento del “Prestigio” les es muy beneficioso, y que están dispuestos a explotarlo a fondo, empieza a haberlos más que sobrados: unos desvergonzadamente explícitos, y otros muy mal disimulados.   

Pero valdría la pena que en esto fuésemos un poco aristotélicos (Aristóteles fue el inventor de los análisis a partir de la dualidad de todas las cosas): en el tema del “Prestigio”, una es la cuestión técnica, y otra bien distinta la política: y una tercera es el empeño en politizar cuestiones puramente técnicas. Y en esas andamos. Que un desastre siempre es malo, y que de su gestión se derivarán males, es algo totalmente obvio. Y que uno puede maldecir hasta desgañitarse al que gestiona una situación calamitosa, es totalmente comprensible: sobre todo si es el afectado por esos males. Que de un petrolero achacoso al que la tormenta castiga duramente hasta romperlo no puede salir nada bueno, es otra obviedad. Pero es harina de otro costal hacer la gran pirueta lógica de achacar a quien está haciendo lo que puede por librarse del naufragio, los males que de él se deriven, sean los que sean (inevitablemente enormes, puesto que es enorme el buque y tremendamente dañina su carga). 

Esa es la cuestión técnica, que es absurdo discutirla, porque hay que aceptar que es sumamente difícil, con elevadísimo índice de riesgo; y que es imposible gestionarla sin errores. Pedir cuenta por ellos a posteriori, con los resultados en la mano, ofende a la más pobre inteligencia. Si ya tiene mérito gobernar la nave del estado con la mar calma; y si tan pocos son los que pueden ostentar en ello una línea continua de acierto, ¿cómo podemos esperar que gobiernen sin ningún error y sin ningún daño en medio de la tormenta? 

Pero otra cosa muy distinta es la política, es decir cómo se actúa ante los ciudadanos, cómo se gestiona la fe que hemos puesto en nuestros políticos, los unos para gobernar y los otros para mantener a raya al gobierno. La gestión política ha sido y sigue siendo nefasta: es desolador contemplar cómo capas de alquitrán de hasta un metro de grueso y kilómetros de extensión están arruinando costas y fondos marinos; pero más horroriza a los ciudadanos que mientras esto ocurre, los políticos consigan que la gran noticia no sea esa, sino el alboroto que arman peleándose entre ellos por ver quién consigue culpar al otro. Es una mancha imborrable que forma parte consustancial de la catástrofe, que el hundimiento del “Prestigio” pillase sesteando a todos los responsables y que la afrontasen de forma displicente, como si se tratase de un ligero engorro de dos al cuarto.  Fue un tremendo error de apreciación. Esta vez acertaron los catastrofistas de oficio. Pero igual de bochornoso es que eso, y no la solución del tremendo problema, haya ocupado hasta hoy el primer plano informativo.