LAS COSAS Y SUS NOMBRES
 NOMINA RERUM                                    Mariano Arnal


COMÚN 3 

Vamos por la desinencia –mun. Partamos del hecho de que la forma arcaica de communis es commoinis. La transición del diptongo arcaico (a menudo griego) oi al más moderno y típicamente latino oe no la discute nadie. Ahí están los ejemplos de coelum (cielo), derivado del griego koiloV (kóilos) = cavidad (¡es que el primer cielo es el del paladar!); coemeterium (cementerio), de koimhthrion (koimetérion); coenobium (cenobio, monasterio), de koinobion (koinóbion) = vida en común; oeconomia de oikonomia (oikonomía), etc. Es decir que si la primera forma de communis es commoinis, es legítimo pensar que tras moinis está moenis, que es la muralla (moenia moenium, de munio munire = cercar con muralla, fortificar). 

De ahí que communio nos coincida como primera persona de communire, forma compuesta de munio, munire (sustantivado en munitionem) y nominativo de communio communionis  (comunión). Tenemos aquí cruzadas las palabras moenia (murallas) y munus múneris (oficio, obligación, don). Pero es que si vamos al origen de esta última, nos encontramos en su forma arcaica moenus con el diptongo oe que nos acerca a moenia, con lo que nos sobran razones para sospechar que existe tan estrecho parentesco entre las murallas y las obligaciones, que muy bien podrían ser éstas una especie de modulación anímica de aquéllas. En cualquier caso, esa afinidad léxica es indiscutible. 

Los lexicólogos no se atreven a decir directamente que en communis el elemento munis se refiere simultáneamente a moenia y a munus. Dicen tan sólo que su origen es obscuro, pero que de todos modos ahí están gravitando las murallas y las obligaciones sobre esa palabra tan elemental. Quiero romper de todos modos una lanza en favor de la conexión entre murallas y deberes. El mito de las murallas de Roma nos sirve a la perfección para ilustrar los ritos y los respectivos preceptos en lo que concierne a las murallas. 

En primer lugar, toda fundación debía hacerse sobre difuntos (llamémosles así de momento). El enterramiento como base de cualquier hecho de civilización era fundamental (cosa de los fundamentos). Por eso en todo rito fundacional hay muertos (y además de la máxima categoría) sosteniendo el edificio. En la edad media nuestras ciudades se fundaban sobre el sepulcro de un mártir, que era la primera construcción de la ciudad, y luego sobre el camposanto. Antes de ser la iglesia con su sepultura sagrada el primer edificio de la ciudad, lo fue la muralla, también con su muerto en los cimientos. Remo fue el muerto de que se proveyó Rómulo para construir debidamente las murallas de Roma. Pero si fue Remo el elegido, fue por su gravísima transgresión de una norma sagrada: desde el momento en que se trazaba la muralla, sólo se podía atravesar por las puertas. Escalarlas, atravesarlas o enredar en ellas, era un acto de hostilidad por parte de los inimici  (los “no amigos”), y una transgresión gravísima si la cometían los propios habitantes o los amigos y aliados. En cualquier caso eran actos intolerables y merecedores de la pena capital. Es decir que las murallas (moenia) imponían por sí mismas o acaso eran simultáneamente obligaciones (múnera). De ahí que no sea tan descabellado dejarnos arrastrar por la forma para deducir que en latín la proximidad entre las murallas y las obligaciones no es únicamente léxica, sino también semántica.

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