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abre sus puertas en Puerto Rico
Dicen que allá por 1620, la zona de la Cava de San Miguel y lo que
hoy es la Plaza Mayor de Madrid eran un hervidero de gente de mejor y peor calaña, que por allí recalaban en diversas actividades.
Seguramente fue ese el ambiente en el que encontró Lope de Vega el perfil
de los pícaros que protagonizarían su teatro. Y más tarde, ya en
el siglo XIX, este castizo barrio de Madrid sirvió de escenario
también a muchas de las novelas de Benito Pérez Galdós, hasta el
punto de recibir el sobrenombre, por
parte de los historiadores, de Madrid
Galdosiano.
Botín tiene
el honor de aparecer en varias de las novelas del insigne escritor
canario. En 1886 Galdós escribe una de sus obras más populares
“Fortunata y Jacinta”,un vasto mural donde la historia, la sociedad y
el perfil urbano de Madrid sirven
de escenario a un argumento que presenta a dos jóvenes mujeres, muy
diferentes entre si, enamoradas de un mismo hombre. En una de sus páginas
Galdós escribe:
“Anoche cenó en la pastelería del Sobrino de Botín, en la calle de Cuchilleros...”
Diez años más
tarde vuelve a hacer referencia a Botín en otra de sus obras:
“Misericordia”, novela que
junto con “Nazarín” muestra ciertas influencias del ruso Dostoievski.
En uno de sus capítulos el personaje de Doña Francisca Juárez
pide que le suban la comida de Botín.
También el político y periodista español Indalecio Prieto hace
referencia a Botín en en su libro “Mi
Vida”, escrito en 1965 ya en su exilio mejicano:
“...Al sábado siguiente,
en una de aquellas cenas semanales en casa de Botín a las que
habitualmente concurría yo, con Julio
Romero de Torres, Anselmo Miguel Nieto, Julián Moisés, Juan Critóbal, Pérez
de Ayala, Valle Inclán, Enrique de Mesa y otros artistas y escritores;
Sebastián Miranda, queriendo hacer el pago ante testigos, devolvió los
cinco duros de Julio Camba quien con ellos cubrió su prorrata en el coste
de los cabritos asados y los sabrosos bartolillos que desde 1725
acreditaba el célebre figón de la calle Cuchilleros, viandas de las
cuales hicimos abundante consumo.”
Otro brillante de las letras españolas, Ramón Gómez de la Serna, dedica varias de sus famosas “Greguerías” a nuestro restaurante. Este carismático escritor madrileño, nacido en 1888, era un habitual y llevaba la voz cantante en las tertulias que se organizaban en el ya desaparecido Café de Pombo y también en Botín. Su curioso sentido del humor, algo excéntrico, le llevó en cierta ocasión a pronunciar una conferencia subido en un trapecio del circo y, otro día, invitado a hablar en la Academia de Jurisprudencia, leyó él mismo una carta en la que se disculpaba por no poder asistir al acto al encontrarse enfermo.
Gómez de la Serna salía por Madrid a la caza de “Greguerías” y cuando la inspiración le llegaba se dirigía a la más cercana de las cuatro habitaciones que tenía alquiladas en diferentes zonas de Madrid, todas ellas bien provistas de mesa, papel, pluma y tinteros. Cabe destacar que siempre utilizaba tinta roja ya que consideraba que así “la transfusión al papel es más sincera, lleno mis plumas de mi propia sangre”.
Sobre Botín
escribió:
“Botín es el gran
restaurante donde se asan las cosas nuevas en las cazuelas antiguas.”
“Botín parece que ha existido siempre y que Adán y Eva han
comido allí el primer cochifrito que se guisó en el mundo.”
“En el viejo Botín de la vieja calle de Cuchilleros, también
está el lechoncito, el conmovedor lechoncito, ante el que lloraríamos
como si se tratase de nuestros hijos pues llega a parecernos que nos van a
decir: Bautizados, tantas pesetas, y sin bautizar tantas menos.”
“A Botín se va a celebrar las bodas de oro, las de plata, las de diamante y hasta las fósiles.”
Las “Greguerías” fueron reunidas en varios volúmenes y
traducidas a diversos idiomas, así como
publicadas en diferentes periódicos y revistas del mundo.
También Arturo Barea, extremeño de nacimiento e inglés de adopción, dedica un espacio a Botín en la que es su obra cumbre “La forja de un rebelde”. Esta trilogía es un perfecto retrato costumbrista de Madrid, plasmado a través de las vicisitudes de la vida cotidiana de una familia humilde (la del propio autor), desde comienzos de siglo hasta la Guerra Civil. En uno de sus párrafos Barea dice:
“...se va sola, o con uno de nosotros, a casa de Botín, que es un restaurante muy antiguo de Madrid, y manda asar un cochinillo. Se lo come –si no vamos nosotros- ella sola, con una fuente grande de lechuga y un litro de vino.”
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