DESERCIÓN DE ANTIGUAS OBLIGACIONES
 

Está claro que las antaño sagradas obligaciones de la mujer en la casa se han convertido en pingües actividades económicas que han generado un porcentaje muy considerable del volumen total de trabajo de los que nos llamamos países desarrollados. La casa, la ropa, la cocina, la asistencia a niños, enfermos y ancianos que constituían el reino de la mujer en su casa, gratis et amore, son también hoy su reino, aunque no exclusivo; pero fuera de casa y cobrando, y generando beneficios, cuotas asistenciales e impuestos. La verdad última es que la mujer sigue ejerciendo todas esas actividades, pero ahora con carácter profesional: es decir, cobrando. 

Los nuevos tiempos han traído nuevos planteamientos, en los que los ancianos primero, luego los enfermos, y finalmente los hijos, han pasado a convertirse en responsabilidad del estado, que lucha por acaparar el máximo de funciones. La consecuencia lógica es la deserción de la familia en el compromiso moral que esas funciones conllevaban. Desde que la responsabilidad económica de los enfermos y de los ancianos pasó al estado, la responsabilidad moral se fue aflojando, hasta desaparecer en muchos casos. Es el peso abrumador de los hechos. 

Algo parecido está resultando con los hijos: el estado los tiene en el “colegio” desde los 3 años (y pronto desde los 0) hasta los 18 o los veintitantos, según que se decanten por la formación profesional o la universitaria. La mayor parte de su tiempo son tenidos como hijos del estado. La consecuencia obvia es que el tener hijos ha perdido las gratificaciones tanto espirituales como materiales que tuvo en generaciones pasadas. La solución adoptada es, ¡qué remedio!, importar hijos ajenos, de países donde por lo visto sí que sale a cuenta tenerlos (o simplemente no echan cuentas). El resultado es que, calculándolo o sin calcularlo, hemos ido a una distribución del trabajo tal, que lo de hacer hijos ha quedado mayoritariamente como trabajo para las mujeres del tercer mundo. 

Pero entre lo que fueron antaño obligaciones de la mujer y hoy están pasando al ámbito empresarial, está el solaz del hombre. En la más reciente antigüedad se compraron esclavas exclusivamente para la cama; la compra de esclavas fue sustituida por la compra de esposas en régimen de matrimonio (obligación de madre) para atender además de la cama, las otras obligaciones domésticas; y finalmente, en el mayor avance de nuestra civilización, las obligaciones contractuales se ennoblecieron, convirtiéndose en obligaciones morales. 

Porque el apetito sexual no es el mismo en el hombre que en la mujer, es por lo que fueron los hombres los que sintieron necesidad de comprar mujeres para satisfacerlo, y no a la inversa. Por esa misma razón existe y seguirá existiendo la prostitución, la que llaman profesión más antigua. A ella se transfieren las que ayer fueron obligaciones de la mujer en el matrimonio, y hoy son libertad. Es la misma secuencia que en las demás “obligaciones” de la mujer, que en casa se cumplían religiosamente gratis et amore, y en la calle se ejercen en régimen laboral autónomo o por cuenta ajena, pero cobrando. Por ahí van los intentos por legalizar y regularizar fiscalmente también esta profesión.

COBRAR 

En el bajo latín se formó ya el verbo cuperare (en cuanto cae la e por ser átona, ya es inevitable acabar en cobrar) como forma regresiva de recuperare, cuya versión culta es recuperar, pero que cuenta también con la coloquial recobrar. El referente pues, es el latín recuperare, cuyos significados son en todos los órdenes los mismos que conservamos hoy: recuperar una cosa era recuperare rem; recuperar la fuerza, recuperare vim; recuperar las fuerzas comiendo y durmiendo, recuperare vires cibo somnoque; recuperar la salud, recuperare sanitatem; recuperarse, recuperare se o recuperari. Nada nuevo por tanto. Su forma arcaica reciperare nos lleva directamente a recipio, recípere, recepi, receptum. De esta última forma, la nominal, sale el sustantivo receptio, que en español queda transcrito como recepción, sustantivo de recibir. Es éste pues, el verbo en que estamos: cobrar nos lleva a recuperar, y éste a recibir. Ese es el concepto que subyace en todo este grupo léxico. 

No ha sido nada fácil llegar al concepto de cobrar. Además de recuperare y recípere  los romanos podían recurrir a sarcire (de ahí zurcir y resarcir), que significa remendar, coser, recomponer, reparar, compensar, indemnizar, recompensar. Obsérvese que todas estas acciones corresponden al que paga y no al que cobra; pero es que no estaba nada claro el concepto de cobrar, por eso no tenían ninguna palabra que expresase exclusivamente esa idea y con claridad. Por lo mismo tampoco era nítido el concepto de pagar, para el que había tantas expresiones como situaciones. Es que eso de cobrar y pagar implica una compleja trama jurídica que tardó siglos y siglos en desarrollarse. Las palabras aparecen totalmente estabilizadas cuando lo están los conceptos. Por otra parte, para el comercio existían desde siempre las palabras comprar (émere) y vender (véndere, venumdare) con los respectivos conceptos bien asentados. 

El origen léxico lo tenemos en el verbo capio, cápere, cepi, captum. De aquí se forman los sustantivos captura, capcación, capcioso, etc. Es decir que se trata del verbo tomar, coger, apoderarse de algo. La agregación del prefijo re nos lleva tanto al refuerzo o intensificación del mismo verbo, como a la idea de repetición o retorno. En ambos casos es significativo que se haya recurrido al refuerzo, es decir que ni el concepto ni la palabra se elaboraron fácilmente. El valor original de cobrar nos lleva por tanto a la recuperación, cosa que cuadra en el contexto de las deudas. Probablemente fue ahí donde se aplicó en principio ese verbo, y debió ser al extenderse su aplicación a otros terrenos cuando perdió el prefijo y quedó en el cuperare que nos dio cobrar

Es que ni en la vida natural, ni en la economía de subsistencia ni en régimen de esclavitud hay lugar para cobrar y pagar. Apenas queda margen para comprar y vender. Pero la sociedad ha ido evolucionando hacia el mercantilismo, en el que todo, absolutamente todo se compra y se vende, se cobra y se paga. La vida doméstica y en ella las relaciones personales se han desplazado hacia lo laboral, de manera que cosas que nunca se cobraron ni se pagaron, hoy se hacen en régimen de trabajo. Hasta por tener hijos se cobra. Y va a más.