CONDENADA A VIVIR

Cada vez que nos enfrentamos todos (no sólo los padres de las criaturas) a los dilemas que nos plantea en sus casos extremos el que llamamos derecho a la vida, tiembla nuestro sistema de valores hasta los cimientos. Y es entonces cuando se ponen de manifiesto todas sus incongruencias y contradicciones. Hoy es el caso de las siamesas Jodie y Mary, que se han convertido en objeto de no importa qué, pero objeto. Una de ellas, Mary, objeto de desecho; la otra, Jodie, objeto del más difícil todavía de la clase médica; y ambas espectáculo circense para todo el mundo, por el que los padres han cobrado de momento 35 millones de pesetas (toda nuestra comprensión para ellos, que en cualquier caso son víctimas). La naturaleza, que lleva millones de años ensayando lo que conviene hacer, ha determinado que la madre, en los primeros cuidados a la nueva camada, y como una más de sus actuaciones higiénicas, "recicle" los restos del parto, de los que forman parte los individuos defectuosos. Al no reconocerlos como crías, se los come junto con la placenta, al tiempo que deja al resto limpios como patenas. Al no tener posibilidades de supervivencia, la madre les ahorra una vida que se arrastraría penosamente hacia la muerte. Si le hubiesen nacido las siamesas a una hembra de cualquier otra especie, las hubiese devorado. Es simplemente una referencia para tenerla a la vista. En la especie humana, la eliminación de los recién nacidos sin buenas posibilidades de supervivencia, ha sido una práctica muy habitual. En todos los casos el criterio es ahorrarle al recién nacido la condena a una vida penosa y además corta. La moral cristiana optó por el principio de no intervención, declarando la vida dominio exclusivo de Dios y de la naturaleza. El criterio cristiano, por tanto, es dejar hacer a la naturaleza. Y de ese criterio está impregnado el humanismo cristiano, que es la cultura en que estamos inmersos. Pero de momento está ganando todas las batallas de opinión la corriente tecnicista, que considera buena y legítima la intervención humana en todos los procesos de la vida (se empezó por la simpleza de los anticonceptivos y del aborto, para llegar por fin al embrión y hasta los mismísimos genes: el sancta sanctorum de lo genital, que amenaza dejar fuera de juego a los genitales); se está avanzando hacia la administración total de la vida humana por los técnicos y las técnicas (mantengo el equívoco) tanto en su inicio y en su forma, como en su desarrollo y terminación. Nada de automatismos para la vida, sino toda ella intervenida, de principio a fin. Y todo ello en nombre de la vida. Los tribunales y los médicos le han enmendado la plana a la naturaleza: le han aplicado la eutanasia a Mary; y a su hermana Jodie un mínimo de cinco años de vida postrada y dolorosa, o directamente una cruel cacotanasia (perdón por el palabrote); está por ver. Pero de cualquier modo ha prevalecido, como está prevaleciendo en cada caso, la línea de la intervención; aunque sea para mal. La no intervención en los procesos de vida, se considera hoy un retroceso. ¿Y cuál es el objetivo que perseguimos? Quizá estemos labrando nuestra condena a vivir. Como los campesinos catalanes de la Edad Media, que quisieron asegurar su libertad y la de sus tierras mediante la recomendación, que consistía en poner las tierras nominalmente a nombre de un señor poderoso que les protegiese. Sólo en la primera generación funcionó bien el invento; a sus nietos les dejaron sin tierras y sin libertad.

EL ALMANAQUE examina hoy la palabra monstruo y su razón de ser.

MONSTRUO

A todo lo que nacía deforme se le llamaba monstruo hasta no hace mucho. La palabra en sí no es insultante ni despectiva, aunque se ha usado profusamente en esa dirección. Los grandes avances de la medicina, que han sido capaces de hacer viables (nunca en óptimas condiciones) vidas que antes no lo eran, han arrinconado el concepto de monstruo y la conciencia de monstruosidad.

Fueron los romanos los inventores de esta palabra: monstrum, monstri es la forma clásica. En el bajo latín cambió a monstruum. Su correspondiente verbo es monstro, monstrare, monstravi, monstratum, que significa mostrar y está relacionado con móneo, monere, mónui, mónitum (de aquí el monitor); significa aconsejar, advertir, dar a entender, e indirectamente mostrar. Monstrum era para los romanos un hecho prodigioso, una maravilla, interpretados a menudo como hechos sobrenaturales en los que intervenía la voluntad de los dioses, que los usaban como advertencia; tengamos en cuenta que es un derivado de monstrare, por lo que les correspondía de por sí mostrar o demostrar algo. Monstrum horrendum era un monstruo que horrorizaba; monstrua narrare, narrar historias prodigiosas o monstruosas. Como derivados desarrollaron los términos monstruosus y monstruósitas, que se corresponden exactamente con monstruoso y monstruosidad. Lo sorprendente de esta palabra es que a pesar del paso de los siglos ha mantenido íntegro su significado, incluso el religioso. Se consideró en efecto como un aviso del cielo, y casi siempre con carácter de castigo (que afectaba no sólo a la familia, sino a todo el pueblo), el nacimiento de criaturas monstruosas. Entre los pueblos más inclinados a supersticiones y a prácticas mágicas, el que naciesen criaturas deformes se atribuía a los espíritus de los muertos violentamente, que buscan vengarse. Muchas culturas colocan entre los monstruos a los que normalmente se llamó \"anormales\" (tuertos, cojos, jorobados... de nacimiento) y les asignan determinadas cualidades: de ahí viene la superstición de que da buena suerte tocar la joroba de un jorobado o pasar por ella un billete de lotería; de ahí también la inquietud de que te mire un tuerto. Todas las mitologías nos ofrecen un amplio muestrario de monstruos. Y en el cristianismo se ha considerado siempre como un castigo de Dios, ligado por tanto a pecados individuales o colectivos, el que enviase un hijo monstruoso a una familia e incluso a un pueblo. De ahí que se procurara tenerlos ocultos. Pero como por otra parte estos fenómenos despertaban una gran curiosidad, muchos acababan cediendo a la tentación de convertirlos en un espectáculo de feria, del que obtenían un alto rendimiento. Es evidente que si bien ha desaparecido, afortunadamente, toda relación de culpabilidad con respecto a los nacimientos con deformaciones más o menos graves, sigue viva sin embargo la inclinación morbosa a hacer de estos casos un espectáculo de feria cuyo gran escaparate es la televisión.

Aunque hemos desterrado del lenguaje la denominación de monstruos para los distintos casos de siameses, los programadores de televisión saben que en el alma del público siguen siendo monstruos, y como tales los exhiben en su particular feria. Y con ellos se exhiben orgullosos los magos que muestran al público sus habilidades. Demasiado exhibicionismo para algo tan doloroso.

FRASE

La naturaleza aborrece el vacío. Descartes

El hombre, en cambio, ama el vacío y le atrae el abismo. Al fin y al cabo, si todo el universo se sostiene en caída libre, ¡por qué íbamos a ser menos nosotros!

REFRÁN

NO VENCE QUIEN NO CONVENCE

De momento los defensores de la tecnología sobre cualquier consideración ética están ganando todas las batallas. Pero dejan muchísimas preguntas sin responder.


CUÑAS PARA EL DEBATE

Es sangrante que las desgracias se conviertan en espectáculo, y tanto más atractivo cuanto mayor es la desgracia. La televisión nos ha estado exhibiendo a las pobres siamesas como verdaderos monstruos, es decir como un atractivo de feria, como algo que es preciso exhibir, que hay que convertir en noticia y mantenerla en el candelero todo lo posible.

Es una muestra evidente de nuestra miseria de espíritu. No somos mejores que nuestros antepasados que iban a las ferias a contemplar a la mujer barbuda, al enano, al jorobado, al contrahecho y a los siameses cuando los había, porque la naturaleza tiene previsto que vivan muy poco.

Quizá sea ésta la terapia necesaria para asumir un proceso de incremento notable de todo género de deformaciones. Nos hemos de acostumbrar a ese más difícil todavía en el que parece crecerse la clase médica; porque al tiempo que nos regalan con el espectáculo, nos van dejando una infinidad de problemas a medio resolver.

La naturaleza, si no más sabia al menos más vieja, tiene otra filosofía: si no puede resolver del todo una vida, la deja agotar. Pero nosotros, que vamos de más listos, empezamos infinidad de trabajos en el plano de la salud y de la intervención en la vida, y luego los dejamos a medias. A eso se le llama ser chapuceros. Lo malo es que a este paso convertiremos toda la especie en una chapuza.