MATERNIDAD



GRAVAMEN A LA MATERNIDAD

El Círculo de empresarios españoles proponía hace un par de días la creación de un fondo para compensarle a la empresa los costos que para ella tiene la maternidad. Antes de seguir hay que apuntar que puestos en lo peor (el caso en que la madre haga uso del derecho a excedencia hasta tres años, durante los que sigue corriendo la antigüedad, y por tanto el derecho a indemnización de 45 días por año), puestos en lo peor, cada hijo puede costarle a la empresa medio año de sueldo, es decir de un millón de pesetas para arriba. Es lo que ocurría antes con el servicio militar, que obligaba a guardarle el puesto de trabajo al joven empleado, y seguía contándole la antigüedad. El resultado de tan benéfica ley, fue que las empresas redujeron drásticamente la contratación de los más jóvenes: todas las demandas de trabajo llevaban indefectiblemente el cartelito de \"con el servicio militar cumplido\". Esto ayudó lo suyo al fenómeno sociológico de la eclosión de las universidades, porque ahí fueron a parar algunos de los centenares de miles de parados jóvenes que generó el invento. Pues bien, visto que los derechos que consigo lleva la maternidad resultan gravosos para la mujer; y visto que esos derechos se vuelven contra la mujer a la que quieren beneficiar, puesto que disuaden a muchos empresarios de contratar mujeres; puesto que no son prejuicios sexistas sino perjuicios económicos los que siguen manteniendo la contratación de la mujer muchos puntos por debajo de la contratación femenina; el Círculo de Empresarios, en el contexto de un proyecto global para equilibrar la contratación, en vez de mirar al responsable de la política de la natalidad, que es el estado (no el empresario, ni la mujer), van y proponen lanzar al tejado de la mujer la pelota que el estado lanzó a su tejado: proponen constituir un fondo especial de maternidad que se formaría a costa de un descuento de los sueldos de las propias mujeres. Unos fondos que de cualquier modo revertirían en todas las mujeres: en forma de disfrute de todos los derechos de maternidad ya no a costa del empresario, sino del fondo especial, administrado por una entidad financiera o de seguros. Sería, en fin, un seguro especial para la mujer. El concepto no sólo es bueno, sino excelente; pero su ejecución, profundamente viciosa. Primero, porque no tiene sentido que a estas alturas se proceda como si el hijo fuese sólo de la mujer, con lo que la lógica y la equidad pedirían que ese fondo se constituyese en todo caso a costa de los sueldos tanto de las mujeres como de los hombres. Segundo y más importante: el estado, que es el responsable de la política demográfica y de la redistribución entre todos los ciudadanos de las cargas que impone la vida en comunidad, desperdicia una oportunidad de oro para resolver en su misma raíz el problema de la discriminación de la mujer en la empresa en razón de la maternidad. No es equitativo que la carga del relevo generacional caiga únicamente sobre los hombros de la mujer, puesto que repercute en beneficio de toda la sociedad. En cualquier caso, y aunque suene paradíjico, el hecho de que la carga de la maternidad caiga sobre la empresa es perjudicial para la mujer; y en cambio el hecho de que cargase sobre ella, le beneficiaría, aunque no fuese ni lo más presentable ni lo más equitativo. Lo único justo es que sea el estado quien asuma esos costos.

EL ALMANAQUE se dedica hoy a uno de esos sorprendentes hallazgos léxicos, la palabra rufián, que arrastra consigo un buen puñado de palabras.


RUFIÁN

Uno de los muchos nombres de las mujeres dedicadas a la prostitución era el de rúfula, diminutivo de rufa (variante de rubra). El adjetivo rufus, rufa, rufum (una variante de ruber, rubra, rubrum) aunque en principio significó \"rojo\" y se usó para designar a los pelirrojos, acabó distanciándose de su origen, de modo que se repartieron los colores entre ambas palabras: el rojo encendido pasó a ser el ruber; mientras que el más apagado (de color, que no de calor) pasó a llamarse rufus. De ahí saldrán nuestros rubio, rubia y rubiales. Al ser el moreno el color propio de los romanos, los pelirrojos y los rubios llamaban mucho la atención; tanto que a quien lo era, se le distinguía con el apodo de Rufus, es decir \"el Pelirrojo\" o \"el Rubio\". Lógicamente las mujeres rubias hacían furor, por lo que ése fue el color elegido por las prostitutas para atraer a la clientela. Llegó a ser como un distintivo del oficio (en otros tiempos y lugares fueron los labios pintados de rojo, en otros la cinta roja, en otros los picos pardos...); de manera que rúfula = rubita (el diminutivo es una característica inseparable del oficio) pasó a ser sinónimo de prostituta. Aquí se produce un vacío léxico que habría que llenar con un hipotético rufulanus, en el latín coloquial y en el bajo latín, que sería el que tiene por oficio comerciar con las rúfulas. No cuesta demasiado justificar la evulución a rufián; ni tampoco la pérdida de la primera sílaba para llegar a fulano. No es más que una hipótesis, pero con cara y ojos.

El significado que le asigna desde siempre el diccionario a este término, abona su antigüedad. En el siglo XIV está bien documentada esta palabra (antes debió mantenerse como un vulgarismo indigno de pasar a la escritura) y tiene ya el valor de \"hombre que se dedica al tráfico de rameras\"; y por extensión, y como gravísimo insulto, \"hombre sin honor, perverso, despreciable\" y también \"espadachín de oficio y asesino de alquiler\". De todos modos para saber de verdad quién era el rufián y cuál su consideración social, hay que hacer el recorrido por los diversos nombres que ha tenido y el tratamiento que le ha dado la ley. En Roma se le llamó leno (recordemos las casas de lenocinio, un cultismo para denominar los establecimientos dedicados a la prostitución): un oficio tan mal mirado que lo ejercían esclavos o ciudadanos de la peor ralea. Tenían nota de infamia (próximamente me ocuparé de ella), que conllevaba la muerte civil: se les retiraba la custodia de los hijos, se les privaba del derecho a participar en la vida pública y se les inhabilitaba para disponer de sus bienes inmuebles y para testar. Su testimonio no se consideraba válido, por lo que ni siquiera podían ejercer el derecho de defensa cuando eran acusados ante los tribunales; en consecuencia estaban expuestos a la pena de muerte ya fuese judicial o administrativa. Si ese era el trato que les daban las leyes, no era mejor el que recibían de las gentes. Eran profundamente despreciados, expuestos a los insultos y a los malos tratos. Como tapadera de su oficio ejercían de perfumistas y regentaban establecimientos de baños (nos recuerda a las casas de masajes); la hostelería y las barberías eran otras dos pantallas y fuentes de clientela de que se servían. En los establecimientos de poca monta el mismo leno se ocupaba de concertar las citas y de negociar el precio. A cambio de sus servicios se quedaba con un porcentaje. En los de postín había un gran número de esclavos al servicio de las rufas-rúfulas y sus clientes.

LA FRASE

Lo que salva a las mujeres es que piensan que todos los hombres son iguales; mientras lo que pierde a los hombres es pensar que todas las mujeres son diferentes. Ramón Gómez de la Serna

EL REFRÁN

PUTAS Y DADOS Y CAMINOS DE ODRE, MATAN AL HOMBRE

Por eso han sido siempre tan mal mirados los rufianes, los tahúres y los taberneros.