CORTEJAR
Del
italiano corteggiare, que a su vez procede del latín
cohors, cohortis. Yendo del final al principio, la palabra
cohors se había usado para designar el séquito de un
magistrado en provincias. Será a partir de este significado,
o incluso del de Estado Mayor de un militar, el que dio
lugar al concepto romance de corte. Pero el
significado más generalizado de cohors fue el de
cohorte, que era la décima parte de una legión (compuesta
por 60 centurias, es decir seis mil combatientes), 600
soldados por tanto. Este nombre lo obtuvo el ejército del
ámbito agrícola y ganadero, donde significaba corral, lugar
cercado donde se guardaban aves de corral y ganado. A partir
de aquí pasó a tener carácter general para designar
cualquier agrupación considerable tanto de animales, como de
cosas como de personas. Las derivaciones verbales
exhortare y cohortare proceden ambas de cohors.
Esto del
cortejo tiene su miga. Cortejar es, dice el diccionario,
galantear, hacer por captarse el amor de una mujer. Es por
tanto el hombre el que corteja, y la mujer la cortejada. Si
fuese sólo nuestra especie la que lo practica, podríamos
decir que se trata de un lastre cultural; pero no siendo
así, tendremos que mirárnoslo con un poco más de respeto.
Vamos pues a intentar una explicación coherente: es cierto
que todo viviente es finalmente comida de otros vivientes.
Hasta el hombre, que se tiene montada la vida para no
convertirse en comida de ninguna otra especie, al final
acaba siendo pasto de los gusanos. Siendo esto así, parece
coherente que la naturaleza se haya planteado la
reproducción como un sistema desbocado, porque comiéndose
unos a otros los seres vivos, es como se pone coto a su
crecimiento. Esto no obstante es razonable también imaginar
que tal como van ascendiendo los vivientes en la escala
biológica, la naturaleza haya buscado la manera de poner
algunas condiciones y por tanto algunas trabas a la
reproducción, para evitar que en el vértice de la pirámide
alimentaria sea ésta tan abundante como en su base. El
primer paso en este proceso de selección habría sido dejar
atrás la reproducción asexual por simple partición de la
célula en dos mitades iguales, cada una de las cuales acaba
de regenerar la mitad que ha perdido; dejar atrás, digo,
este sistema tan simple, monótono y rutinario, para dar el
salto a la reproducción sexual, que no arranca de inercias y
automatismos, sino de un intenso proceso de selección que
por así decirlo se asienta en el principio del cortejo:
numerosos machos, siempre sobrantes, compiten por fecundar a
la hembra: El ritual del cortejo es el que determina quién
es finalmente el elegido. Pero una vez producida la
selección del macho, continúa el proceso: millones de
espermatozoides compiten por penetrar en el óvulo; los
mejores llegan hasta él y lo cortejan dando vueltas a su
alrededor, hasta que éste captura al que ha sido capaz de
excitar en él la capacidad de capturación. Está claro que en
estos niveles de vida la naturaleza ha optado por la
calidad, y no por la cantidad. Y al servicio de la calidad
en la elección estaba en nuestra especie y está en las demás
el cortejo. Digo estaba, porque al orientarse el sexo en
nuestra especie sólo muy esporádicamente a la reproducción,
no tiene ya demasiado sentido el ritual del cortejo. ¿Será
por eso que ha caído en desuso? Lo malo es que con él se ha
perdido parte de su gracia y de su calidad.