Es larga la
peregrinación por la humanidad de esta palabra y de los
arcanos que esconde. Como si fuese eterna, no conocemos su
origen. Es la criatura más bella y más resplandeciente que
nos ha nacido. Es el contrapeso de tantos disparates que ha
cometido y sigue cometiendo la humanidad en todos los
órdenes. Pero habiéndonos nacido esta preciosa criatura,
llamada a redimirnos colectivamente y persona por persona,
he aquí que nos queda abierto un enorme portal a la
esperanza.
"Te
amo", decían ya nuestr@s antepasad@s l@s roman@s, con
las mismas letras, con la misma entonación, con la misma
alma que nosotr@s decimos también "Te amo". L@s más
antigu@s anteponían el pronombre al verbo, y decían "Amo
te". Sólo esa ínfima variación en cerca de tres milenios
de diálogo estático y extático con esas solas palabras: "Te
amo", "Te amo". Y el nombre de ese
sentimiento, de esa forma tan grande de entender y vivir la
vida, que se llama AMOR, ha soportado también el paso
del tiempo sin cambiar ni una letra. Y no sólo en los
libros, que ahí duran y se guardan muy bien las palabras en
conserva, sino en la vida, en el día a día, en el persona a
persona. Algo grande y bello ha de tener esta palabra para
que haya sido capaz de retener dentro de sí durante
tantísimos siglos los mismos valores sin alterarse ni
alterarlos.
Y sin
embargo, el amor ha crecido y sigue creciendo en la
humanidad. Hace veinte siglos estaba ya inventado el amor
entre el hombre y la mujer; pero forzoso es reconocer que
justo hace veinte siglos se inició un cambio profundo en el
que no hemos parado de avanzar y en el que todavía nos queda
sin duda un largo camino que recorrer.
Hace veinte
siglos ya se había inventado el amor paterno. Pero ¡qué gran
distancia separa al padre de hoy del severísimo padre
romano, casi recién inventada la paternidad! La implicación
que tiene hoy el padre en la vida de sus hijos deja a años
luz la que tenía el padre de siglos pasados.
Hace veinte
siglos el prójimo era tan sólo aquel al que te unían
intereses directos. Ahora la fraternidad humana ha crecido
en dimensiones astronómicas, y nuestro prójimo no es sólo
aquel del que obtenemos beneficios. Antes de Cristo hubiese
sido imposible entender las O. N. G. o los grandes
movimientos de solidaridad que recorren el planeta.
Lo que ha
cambiado muy poco es el amor de la mujer, tanto en su papel
de compañera como en su papel de madre; porque ella es el
manantial del amor, alimentado por la propia Naturaleza.
Ella es la que con paciencia infinita está enseñando al
hombre a amar. El amor es su gran triunfo.