SANTORAL - ONOMÁSTICA

ELEGIR BIEN EL NOMBRE 

Estos días aparecía en la prensa el litigio de unos padres musulmanes que viven en Alemania, a los que el responsable del registro civil se ha negado a inscribirles el hijo recién nacido con el nombre de Osama Ben Laden. Alega el funcionario para negarse a hacer esa inscripción que viviendo el niño en Alemania puede ser para él una fuente de problemas tener que enfrentarse él solo a su nombre, sin la ayuda de los padres que se lo pusieron. Que eso le ocurrirá en la escuela, en el lugar de trabajo, en las discotecas… En fin, que elegirle ese nombre para vivir con él en una cultura donde Osama Ben Laden es considerado como un gran criminal terrorista, es cargar al hijo con una cruz pesada en demasía; es marcarlo con un sambenito de por vida. 

Esos los argumentos del funcionario; ciertamente de peso. Pero el padre de la criatura ha recurrido ante los tribunales la decisión del funcionario porque la considera un atentado a su libertad. Pero no reclama tanto la libertad de poner uno u otro nombre a su hijo, sino la de ostentar sin cortapisas de ningún género los signos diferenciales de su cultura. Para el padre, Osama Ben Laden es un héroe, un adalid del islamismo que merece toda la veneración de los creyentes; una veneración cuya expresión máxima es ponerle su nombre al hijo preferido (el primogénito). Y cree que impedirle esa íntima manifestación de culto religioso y patriótico es un atentado contra la libertad religiosa y la tolerancia. 

Ese es el planteamiento. La solución no es simple: porque si los musulmanes consideran que es bueno dar la vida por defender el islam y dar testimonio de su fe; es decir si consideran que el martirio es bueno y deseable, es obvio que no rehuirán la mortificación que resulte de dar testimonio de su fe y de sus convicciones con el nombre de sus hijos. El problema que se nos plantea a los occidentales (que hemos trascendido del cristianismo al humanismo cristiano) es el de la legitimidad de los padres para imponer a sus hijos una decisión que con toda seguridad les será gravosa. La solución que adoptamos en occidente es la de abstenernos de hacer algo que pueda redundar en su perjuicio, porque la patria potestad no nos da para eso. En cambio en el mundo islámico da para eso y para mucho más. 

Pero estemos en la cultura en que estemos, no tenemos derecho a ponerles a nuestros hijos nombres que pueden resultar incómodos de llevar porque no han entrado en la onomástica generalmente aceptada y porque tienen pocas posibilidades de consolidarse como nombres de persona. Por nuestros lares hay quien puso a su hija el nombre de Acracia en los tiempos gloriosos del anarquismo; y quien en otros momentos le puso Constitución o Democracia. No es que estos nombres conceptuales sean mejores ni peores que sus análogos religiosos como Encarnación, Concepción, Inmaculada, Visitación, Asunción y tantos otros. Ni mejores ni peores; pero estos últimos forman parte de una línea onomástica (y religiosa; que en eso puede mucho el nombre) con una tradición muy consolidada, que refuerza su valor en los antepasados familiares. Al fin y al cabo es inevitable hacer en los nombres que llevamos, pública y solemne ostentación de la cultura de que estamos impregnados.