Es éste un nombre rico de
contenido. Además de su significado evidente, que se refiere a la
luminosidad, el resplandor, la transparencia, generó en latín otros
significados metafóricos que enriquecieron aún más este nombre, usado por
los romanos desde tiempo inmemorial. En efecto, en la época mítica previa a
la fundación de Roma aparece el primer Claro (Clarus): un capitán
licio que luchó en Italia a las órdenes de Eneas. A partir de ahí se siguió
usando en sus formas masculina y femenina (Clara). Hoy está relegada al
olvido la forma masculina, en contraste con el gran predicamento que tiene
la femenina. El de Clara es un nombre de mujer muy apreciado. Coincide en su
significado primitivo con Blanca y Alba; en cambio se distingue porque en
latín tiene además el significado de "ilustre", "famosa", "célebre".
Santa Clara de Asís (1193-1253)
nació y murió en esta ciudad de Italia. A los 18 años oyó predicar a san
Francisco de Asís, conocido como el Poverello ("el pobrecillo", él
que perteneciendo a la familia más acaudalada de la ciudad, se desprendió de
todos sus bienes). Le convencieron las palabras y el ejemplo del santo, por
lo que Clara, hija también de una acaudalada familia, renunció a todos sus
bienes y acompañada de su tía Blanca se dirigió a san Francisco de Asís en
busca de consejo. Siguiendo la indicación del santo se retiró al convento de
las benedictinas de san Pablo. Pero no tardó su padre en ir a verla una y
otra vez para que aceptase casarse con un noble de la ciudad. Volvió Clara a
pedirle consejo al santo, y éste le asignó para ella, su tía Blanca y su
hermana Inés, una casa rústica cerca de la capilla de san Damián, a la que
pronto acudieron muchas otras jóvenes atraídas por la forma de vida de estas
mujeres y por la dirección espiritual de san Francisco. La casa se les quedó
pequeña y tuvieron que construir un monasterio. Así es como nació la orden
religiosa de las Clarisas o Damas pobres, llamadas también
Franciscanas. Fue la singular filosofía y estilo de vida de san Francisco de
Asís lo que atrajo tanto a hombres como mujeres a vivir el cristianismo de
una manera más profunda. Santa Clara fue nombrada por san Francisco abadesa
del monasterio de san Damián. Ésta lo dirigió con sabiduría, firmeza y
caridad, de manera que dejó bien asentados los cimientos de una orden que
crecería y se extendería por todo el mundo. Cuando en 1234 los ejércitos de
Federico II asolaban el valle de Spoleto, Clara salió al encuentro de los
soldados sin más defensa que la sagrada Eucaristía. Los soldados, viendo el
valor de Clara y temerosos de incurrir en profanación, prefirieron pasar de
largo de Asís.
El ejemplo de santa Clara
fue seguido por otras grandes mujeres que también llevaron su nombre. Su
fiesta se conmemora el 18 de agosto, el 10 de febrero, el 1 y el 17 de
abril; no obstante, la mayoría de las Claras celebran su onomástica el
11-12 de agosto. Gozan en efecto de un nombre digno de celebrarse por su
belleza, por su esplendor, por su prestigio y por la santa patrona, réplica
y primera seguidora femenina del gran san Francisco de Asís, que enroló
también a la mujer en el viento renovador de Europa. ¡Felicidades, Clara!