SANTORAL - ONOMÁSTICA

NUESTRA JERARQUIZACIÓN

Al afrontar la construcción de nuestra ONOMÁSTICA nos hemos propuesto un objetivo que en muchos casos presenta arduas dificultades: ofrecerle a cada uno el estudio serio y riguroso de los valores de todo género que pudiera tener su nombre. Pero nos hemos impuesto algunos principios irrenunciables, fáciles de proclamar pero muy difíciles a la hora de darles forma; entre ellos, el más importante y que constituye por así decirlo la columna vertebral de nuestra onomástica, es que cada nombre es incomparable, como lo es cada persona tan pronto como la sitúas en su contexto afectivo, que es por otra parte tan objetivo como el que más, y fundamental en nuestra vida como ninguno. Para darle a este principio una traducción física, nos hemos impuesto un tratamiento exactamente igual para todos los nombres, de modo que todos ellos ocupan la misma extensión y tienen el mismo género de contenidos. Porque de nada nos hubiese servido proclamar que todos los nombres son igualmente valiosos (como lo es cada hijo y el nombre de cada uno de ellos para su padre y su madre); de nada nos hubiese servido esta proclamación si luego la hubiesen desmentido las simples apariencias. Obviamente la aplicación de este principio nos ha impuesto la renuncia a mucha y valiosísima información en el caso de determinados nombres; en cuanto a otros, la dificultad ha sido la contraria: nos hemos visto obligados a laboriosas búsquedas de información: cualquier brizna la hemos tenido que aprovechar y seguirle la pista. Y finalmente han quedado otros muchos pendientes de elaborar, con la esperanza de encontrar nuevas fuentes para documentarnos. En algo tan básico para el concepto de santoral como es la biografía del santo, las lagunas son enormes. De la mayoría de santos de primera fila, como la Virgen María, su esposo san José, sus padres san Joaquín y santa Ana, los evangelistas, los apóstoles, los primeros mártires, apenas hay más documentación histórica que el nombre; a partir de ahí entramos en el dominio de la leyenda piadosa, que los martirologios ofrecen como biografía. Y aún es éste un valor muy digno de consignar. La dificultad es mayor cuando se trata de nombres que entraron en tropel en el santoral, y se les asignó una leyenda estereotipada que los martirologios y santorales presentan como si se tratase de biografías; es decir que ni siquiera tienen una leyenda propiamente dicha. En cualquier caso, al ir orientado nuestro trabajo a la onomástica, es decir al estudio completo del nombre (atendiendo, claro está, a sus valores positivos, tratándose como se trata de un escrito encomiástico), la vida o leyenda del santo constituyen tan sólo una parte del mismo. Y es este enfoque el que nos permite afrontar igualmente aquellos nombres tras los que no hay ni santo ni día señalado para su celebración. Está claro que entre los nombres de Nuestra Señora y los grandes santos por una parte, y los que ni siquiera tienen santo, hay una notable variedad, que concretaremos en grupos que hagan más fácil su situación en el mapa onomástico vigente en nuestra cultura. Ensayaremos, la creación de nuevas categorías además de las ya habituales en los santorales: incluiremos la de nombres históricos, la de nombres toponímicos; la de nombres que reflejan valores culturales; los que evocan las bellezas de la naturaleza, los que responden a tradiciones familiares o locales; encontraremos, en fin, un lugar digno para cada nombre.

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