LÉXICO DE RELIGIÓN

APÓSTOL

Para actuar en nombre y representación de alguien (individuo o colectividad), se necesita algún género de acreditación: algo por lo que haya que dar crédito (eso es acreditar) a lo que dice o hace. Los difusores del Evangelio, de la gran novedad, de la Buena Nueva, del escándalo de la cruz, no podían andar por ahí diciendo a título personal las cosas tan fuertes que decían (hoy son el aire que respiramos, tanto creyentes como no creyentes; pero entonces eran locura para los gentiles, que decía san Pablo, y escándalo para los judíos); tenían que acreditar que habían sido nombrados para esa misión por quien tenía potestad para hacerlo; incluso san Pablo, que no fue de los discípulos de Jesús, tuvo que acreditarse.

El verbo apostellw (apostél.lo) lo usaron profusamente los griegos para indicar el envío de embajadas, mensajeros, expediciones. De ahí que el adjetivo, luego sustantivado, apostoloV (apóstolos) significase embajador, mensajero, enviado. Lo usaron especialmente los clásicos en relación con las cuestiones navales: apostolon ajienai (apóstolon afiénai) o simplemente apostellein(apostél.lein) era enviar una flota o una expedición de colonos a fundar una colonia. No conviene olvidar el sentido de expedición de fundadores, porque subyace también a la idea del apostolado. No es sólo ir de embajador o de mensajero. Hay riesgo y aventura, hay una fundación. Apostolh (apostolé) era el envío de lo que fuera, era la despedida e incluso el regalo de despedida; pero se usó en especial para el envío de una flota o de una expedición guerrera, y luego se especializó en el sentido de misión, apostolado. ApostoleuV (apostoléus) era en Atenas el que tenía a su cargo la intendencia marítima y se encargaba de aparejar los barcos de guerra para las expediciones (las apostolai / apostolái). Incluyo este término para insistir en la idea de que necesariamente tuvieron que influir estos valores de uso en la asignación de valor al nuevo concepto de apóstol depositado en la vieja palabra, que no debió perder del todo su originaria carga semántica. Esto podría explicar que durante la mayor parte de su historia la Iglesia haya vivido con la mayor naturalidad la fusión de la cruz y la espada para extender su apostolado.

Un par de observaciones léxicas para acabar de centrar la palabra: la versión latina de apostellw (apostél.lo) es mitto, míttere, missi, missum, que significa enviar; la sustantivación missio, missionis, que traducimos como misión, se corresponde con el griego apostolh (apostolé). Tenemos, por tanto, que misión y apostolado son sinónimos, y también apóstol y misionero. Hay que observar también que los Apóstoles no lo son hasta que, después de la resurrección, se les aparece Jesús y los envía a predicar por todo el mundo. Es ese mandato el que los convierte en apóstoles, de discípulos que eran (Judas no llegó a ser apóstol; fue sólo discípulo de Jesús). Discípulo procede de disco, discere (de ahí disciplina), y es el que aprende. Los que después serían los apóstoles, durante la vida activa de Jesús fueron discípulos. Claro que hubo otros setenta y dos, a los que se prefiere seguir llamando discípulos para distinguirlos de los doce.

Mariano Arnal

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