ARTICULOS - RELIGIÓN Y VALORES HUMANOS

ETIMOLOGÍAS

La curiosidad es una de las grandes virtudes que tiran del conocimiento. En la infancia es cuando mayormente se cultiva: si hemos de hacernos con el mundo que nos rodea, es necesario explorar, indagar, inquirir, dar con la explicación de las cosas. Quizá sea por eso que todas las culturas, en sus inicios, se hacen muchas más preguntas que luego en su madurez, cuando se han centrado en unos intereses muy concretos. En este sentido, cuando se lee la Biblia llama la atención el interés por explicar el porqué de muchas palabras. Nada más entrar en el Génesis, en el relato de la creación del mundo, se nos dice que Dios puso a la luz el nombre de día, y a las tinieblas el nombre de noche; al firmamento, lo llamó cielo, a la parte acuática del mundo la llamó mar, y a la seca, tierra. Estos son los primeros cinco nombres básicos. Esas cosas se llaman así porque Dios les puso el nombre. En el capítulo segundo, es ya el hombre el que se dedica a poner nombres: Yahvé Dios, que formó de la tierra todos los animales del campo y todas las aves del cielo, los condujo ante el hombre para ver cómo los llamaba y para que todo animal viviente tuviera por nombre aquel con que le llamara. No es irrelevante, ni mucho menos, que Dios dé al hombre la facultad de poner nombres, y que la Biblia dedique dos largos versículos a explicarlo. No nos da los nombres de los animales, que se sobreentiende que quedaron todos denominados en aquel momento, y que desde entonces tienen el nombre que les puso Adán; sí en cambio, el de la mujer que formó de una de sus costillas: Esta vez sí, es hueso de mis huesos y carne de mi carne, por eso se llamará varona, porque del varón ha sido tomada. Más adelante, le cambia el nombre al ser expulsados del paraíso: Y el hombre (Adán) llamó a su mujer Eva porque fue madre de todos los vivientes. También nos da la Biblia la etimología del primer hijo de Adán y Eva: y parió a Caín diciendo: He adquirido un varón gracias a Yahvé. Esta costumbre de explicar el porqué de los nombres de persona, continuará en toda la Biblia. El mismo Adán, lleva bien explícito en el nombre su significado (quizá se esa la razón por la que no se explica, en un contexto en que se da cuenta de los nombres más importantes): la Vulgata convierte el nombre común adam, que significa hombre, en nombre propio: Adam, que transcrito al español queda Adán. Formado del barro de la tierra, que es adama. Se lo recuerda Dios al expulsarle del paraíso: Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que te vuelvas a la tierra, porque de ella has sido tomado: polvo eres, y al polvo volverás. Y más adelante insiste en el origen material del hombre: Y le echó Yahvé Dios del jardín del Edén para cultivar la tierra de la que había sido tomado. Incluso el nombre de Dios, en sus primeras apariciones en el Génesis, es absolutamente transparente: El significa señor (la distinción entre mayúscula y minúscula, es superpuesta). Su plural es Eloím (=los señores). Esa es la palabra hebrea que la Biblia traduce como "Dios". Es comprensible, pues, que quienes no hemos agotado la curiosidad de nuestra infancia, sigamos preguntándonos por qué las cosas se llaman como se llaman. Toda la humanidad, desde su infancia, creyó que ese conocimiento es primordial. Quienes participamos de esa convicción, aquí estamos en este espléndido tajo.

EL ALMANAQUE entra hoy más en disquisiciones que en auténtica exploración de una palabra de etimología muy problemática: descanso.

Mariano Arnal

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