SIGMUND FREUD OBRAS COMPLETAS

 


XX PSICOPATOLOGÍA DE LA VIDA COTIDIANA 1900-1901 [1901]

II. -OLVIDO DE PALABRAS EXTRANJERAS


El léxico usual de nuestro idioma propio parece hallarse protegido del olvido dentro de los límites de la función normal. No sucede lo mismo con los vocablos de un idioma extranjero. En éste todas las partes de la oración están igualmente predispuestas a ser olvidadas. Un primer grado de perturbación funcional se revela ya en la desigualdad de nuestro dominio sobre una lengua extranjera, según nuestro estado general y el grado de nuestra fatiga. Este olvido se manifiesta en una serie de casos siguiendo el mecanismo que el análisis nos ha descubierto en el ejemplo Signorelli. Para demostrarlo expondremos un solo análisis de un caso de olvido de un vocablo no sustantivo en una cita latina, análisis al que valiosas particularidades dan un extraordinario interés. Séanos permitido exponer con toda amplitud y claridad el pequeño suceso.

En el pasado verano reanudé, durante mi viaje de vacaciones, mi trato con un joven de extensa cultura y que, según pude observar, conocía algunas de mis publicaciones psicológicas. No sé por qué derroteros llegamos en nuestra conversación a tratar de la situación social del pueblo a que ambos pertenecemos, y mi interlocutor, que mostraba ser un tanto ambicioso, comenzó a lamentarse de que su generación estaba, a su juicio, destinada a la atrofia, no pudiendo ni desarrollar sus talentos ni satisfacer sus necesidades. Al acabar su exaltado y apasionado discurso quiso cerrarlo con el conocido verso virgiliano en el cual la desdichada Dido encomienda a la posteridad su venganza sobre Eneas: Exoriare…; pero le fue imposible recordar con exactitud la cita, e intentó llenar una notoria laguna que se presentaba en su recuerdo cambiando de lugar las palabras del verso: Exoriar(e) ex nostris ossibus ultor! (Virgilio). Por último, exclamó con enfado: «No ponga usted esa cara de burla, como si estuviera gozándose en mi confusión, y ayúdeme un poco. Algo falta en el verso que deseo citar. ¿Puede usted decírmelo completo?»

En el acto accedí con gusto a ello y dije el verso tal y como es:
-Exoriar(e) aliquis nostris ex ossibus ultor! (`Deja que alguien surja de mis huesos como vengador'.)
-¡Qué estupidez olvidar una palabra así! Por cierto que usted sostiene que nada se olvida sin una razón determinante. Me gustaría conocer por qué he olvidado ahora el pronombre indefinido aliquis.
Esperando obtener una contribución a mi colección de observaciones, acepté en seguida el reto y respondí:

-Eso lo podemos averiguar en seguida, y para ello le ruego a usted que me vaya comunicando sinceramente y absteniéndose de toda crítica todo lo que se le ocurre cuando dirige usted sin intención particular su atención sobre la palabra olvidada.
-Está bien. Lo primero que se me ocurre es la ridiculez de considerar la palabra dividida en dos partes: a y liquis.
-¿Por qué?
-No lo sé.
-¿Qué más se le ocurre?

-La cosa continúa así: reliquias-licuefacción- fluido-líquido. ¿Averiguó usted algo?
-No; ni mucho menos. Pero siga usted.
-Pienso -prosiguió, riendo con burla- en Simón de Trento, cuyas reliquias vi hace dos años en una iglesia de aquella ciudad, y luego en la acusación que de nuevo se hace a los judíos de asesinar a un cristiano cuando llega la Pascua para utilizar su sangre en sus ceremonias religiosas. Recuerdo después el escrito de Kleinpaul en el que se consideran estas supuestas víctimas de los judíos como reencarnaciones o nuevas ediciones, por decirlo así, del Redentor.

-Observará usted que estos pensamientos no carecen de conexión con el tema de que tratábamos momentos antes de no poder usted recordar la palabra latina aliquis.
-En efecto, ahora pienso en un artículo que leí hace poco en un periódico italiano. Creo que se titulaba «Lo que dice San Agustín de las mujeres». ¿Qué hace usted con este dato?
-Por ahora, esperar.
-Ahora aparece algo que seguramente no tiene conexión alguna con nuestro tema…
-Le ruego prescinda de toda crítica y…

-Lo sé, lo sé. Me acuerdo de un arrogante anciano que encontré la semana pasada en el curso de mi viaje. Un verdadero original. Su aspecto es el de una gran ave de rapiña. Si le interesa a usted su nombre, le diré que se llama Benedicto.
-Hasta ahora tenemos por lo menos una serie de santos y padres de la Iglesia: San Simón, San Agustín, San Benedicto y Orígenes. Además, tres de estos nombres son nombres propios, como también Pablo (Paul), que aparece en Kleinpaul.

-Luego se me viene a las mientes San Jenaro y el milagro de su sangre… creo que esto sigue ya mecánicamente.
-Déjese usted de observaciones. San Jenaro y San Agustín tienen una relación en el calendario. ¿Quiere usted recordarme en qué consiste el milagro de la sangre de San Jenaro?
-Lo conocerá usted seguramente. En una iglesia de Nápoles se conserva en una ampolla de cristal la sangre de San Jenaro. Esta sangre se licua milagrosamente todos los años en determinado día festivo. El pueblo se interesa mucho por este milagro y experimenta gran agitación cuando se retrasa, como sucedió una vez durante una ocupación francesa. Entonces, el general que mandaba las tropas, o no sé si estoy equivocado y fue Garibaldi, llamó aparte a los sacerdotes, y mostrándoles con gesto significativo los soldados que ante la iglesia había apostado, dijo que esperaba que el milagro se produciría en seguida, y, en efecto, se produ…

-Siga usted. ¿Por qué se detiene?
-Es que en este instante recuerdo algo que… Pero es una cosa demasiado íntima para comunicársela a nadie. Además, no veo que tenga conexión ninguna con nuestro asunto ni que haya necesidad de contarla…
-El buscar la conexión es cosa mía. Claro que no puedo obligarle a contarme lo que a usted le sea penoso comunicar a otra persona; pero entonces no me pida usted que le explique por qué ha olvidado la palabra aliquis.
-¿De verdad? Le diré, pues, que de pronto he pensado en una señora de la cual podría fácilmente recibir una noticia sumamente desagradable para ella y para mí.

-¿Que le ha faltado este mes la menstruación?
-¿Cómo ha podido usted adivinarlo?
-No era difícil. Usted mismo me preparó muy bien el camino. Piense usted en los santos del calendario, la licuefacción de la sangre en un día determinado, la inquietud cuando el suceso no se produce, la expresiva amenaza de que el milagro tiene que realizarse o que si no… Ha transformado usted el milagro de San Jenaro en un magnífico símbolo del período de la mujer.
-Pero sin darme en absoluto cuenta de ello. ¿Y cree usted que realmente mi temerosa expectación ha sido la causa de no haber logrado reproducir la palabra aliquis?

-Me parece indudable. Recuerde usted la división que de ella hizo en a y liquis y luego las asociaciones: reliquias, licuefacción, líquido. ¿Debo también entretejer en estas asociaciones el recuerdo de Simón de Trento, sacrificado en su primera infancia?

-Más vale que no lo haga usted. Espero que no tome usted en serio esos pensamientos, si es que realmente los he tenido. En cambio, le confesaré que la señora en cuestión es italiana y que visité Nápoles en su compañía. Pero ¿no puede ser todo ello una pura casualidad?

-Dejo a su juicio el determinar si toda esa serie de asociaciones puede explicarse por la intervención de la casualidad. Mas lo que sí le advierto es que todos y cada uno de los casos semejantes que quiera usted someter al análisis le conducirán siempre al descubrimiento de «casualidades» igualmente extrañas.
Estamos muy agradecidos a nuestro compañero de viaje por su autorización para hacer público uso de este pequeño análisis, que estimamos en mucho, dado que en él pudimos utilizar una fuente de observación cuyo acceso nos está vedado de ordinario. En la mayoría de los casos nos vemos obligados a poner como ejemplos de aquellas perturbaciones psicológicas de las funciones en el curso de la vida cotidiana que aquí reunimos, observaciones verificadas en nuestra propia persona, pues evitamos servirnos del rico material que nos ofrecen los enfermos neuróticos que a nosotros acuden, por temor a que se nos objete que los fenómenos que expusiéramos eran consecuencias y manifestaciones de la neurosis. Es, por tanto, de gran valor para nuestros fines el que se ofrezca como objeto de tal investigación una persona fuera de nosotros y mentalmente sana. El análisis que acabamos de exponer es, además, de gran importancia, considerado desde otro punto de vista. Aclara, en efecto, un caso de olvido de una palabra sin recuerdos sustitutivos y confirma nuestra anterior afirmación de que la emergencia o la falta de recuerdos sustitutivos equivocados no puede servir de base para establecer una diferenciación esencial.

El principal valor del ejemplo aliquis reside, sin embargo, en algo distinto de su diferencia con el caso Signorelli. En este último la reproducción del nombre se vio perturbada por los efectos de una serie de pensamientos que había comenzado a desarrollarse poco tiempo antes y que fue interrumpida de repente, pero cuyo contenido no estaba en conexión con el nuevo tema, en el cual estaba incluido el nombre Signorelli. Entre el tema reprimido y el del nombre olvidado existía tan sólo una relación de contigüidad temporal, y ésta era suficiente para que ambos temas pudieran ponerse en contacto por medio de una asociación externa. En cambio, en el ejemplo aliquis no se observa huella ninguna de tal tema, independiente y reprimido, que, habiendo ocupado el pensamiento consciente inmediatamente antes, resonara después, produciendo una perturbación. El trastorno de la reproducción surge aquí del interior del tema tratado y a causa de una contradicción inconsciente, que se alza frente al deseo expresado en la cita latina. El orador, después de lamentarse de que la actual generación de su patria sufriera, a su juicio, una disminución de sus derechos, profetizó, imitando a Dido, que la generación siguiente llevaría a cabo la venganza de los oprimidos. Por tanto, había expresado su deseo de tener descendencia. Pero en el mismo momento se interpuso un pensamiento contradictorio: «En realidad, ¿deseas tan vivamente tener descendencia? Eso no es cierto. ¡Cuál no sería tu confusión si recibieras la noticia de que estabas en camino de obtenerla en la persona que tú sabes! No, no; nada de descendencia, aunque sea necesario para nuestra venganza.» Esta contradicción muestra su influencia haciendo posible, exactamente como en el ejemplo Signorelli, una asociación externa entre uno de sus elementos de representación y un elemento del deseo contradicho, lográndolo en este caso de un modo altamente violento y por medio de un rodeo asociativo, aparentemente artificioso. Una segunda coincidencia esencial con el ejemplo Signorelli resulta del hecho de provenir la contradicción de fuentes reprimidas y partir de pensamientos que motivarían una desviación de la atención. Hasta aquí hemos tratado de la diferencia e interno parentesco de los dos paradigmas del olvido de nombres. Hemos aprendido a conocer un segundo mecanismo del olvido: la perturbación de un pensamiento por una contradicción interna proveniente de lo reprimido. En el curso de estas investigaciones volveremos a hallar repetidas veces este hecho, que nos parece el más fácilmente comprensible.

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