Es éste un cultismo tomado directamente del latín, que apenas ha cambiado ni la forma
ni el significado con respecto a su origen. Edo, edere, edidi editum, entre los
romanos significaba ya editar: edere librum, publicar un libro; edere geminos,
dar a luz gemelos; supremum spiritum edere, exhalar el último aliento. Está
formado este verbo por el prefijo e (ex), que indica extracción, separación; más
el verbo do, das, dare, dedi datum, que significa dar. Edere librum
significa por tanto "sacar" un libro de su escondrijo para "darlo" a
conocer. La terminación frecuentativa "-itar" no la empleaban en latín como
verbo, aunque sí sus derivados nominales editio, editor y editus. Llamaban
los romanos editor al creador, productor o autor de una obra. La palabra editio
ya es más extensa: tanto puede significar la edición o publicación de un libro, como la
representación de una obra teatral, como el alumbramiento o el parto de una criatura.
Podía ser también una declaración judicial y por extensión la elección del juez. El
participio pasado editus parte de una forma específica de dar a conocer, que es
"poner en alto"; de ahí que signifique alto, elevado. Y su plural, edita
editorum, las órdenes superiores o los lugares elevados.
Es sorprendente el prestigio que todavía conserva la letra impresa, o dicho de forma
más genérica el hecho específico de la edición, tanto impresa como
radiofónica, fonográfica o televisiva. El hecho de que algo resulte editado, por sí
mismo le confiere mayor categoría. No es lo mismo opinar en una tertulia de café que en
una tertulia radiofónica, o hablando en términos pretecnológicos, no es lo mismo hablar
en una tertulia formal (constituida como tal) que en una tertulia sin formato. Por lo
mismo una obra de teatro alcanza finalmente la categoría de tal cuando se representa en
el teatro (que es su forma específica de edición, es decir de salida a la luz pública).
Lo mismo ocurre respecto a los escritos. Al margen de la calidad objetiva que éstos
tengan, sólo la edición acaba de darles categoría. Y eso no ocurre sólo con autores
noveles, sino también con los consagrados. Las obras editadas de García Lorca tienen
toda su entidad y han alcanzado el valor que han sabido ganarse a los ojos de los
lectores. Las obras inéditas son una incógnita que sólo se despejará si se editan.
El actual formato del libro nos induce a tener una idea totalmente equivocada de lo que
ha sido la edición en tiempos pretéritos. Empezando por el propio concepto de libro,
que ahora es un producto de fabricación muy compleja, mientras que cuando nació la
palabra, un libro era literalmente un rollo, es decir un pergamino enrollado (de aquí el
concepto de "desarrollar" un tema) (lo de ex-plicar viene de cuando los libros
iban ya en pliegos). De ahí que la extensión de un libro fuese por lo general bastante
corta, dependiendo de las dimensiones del pergamino. Esto hacía que "editar" no
fuese una aventura tan costosa y arriesgada como lo es ahora, porque la obra se iba
haciendo por entregas, libro a libro en el tiempo de los rollos, y pliego a pliego cuando
se pasó al actual formato. Cervantes fue editando y vendiendo el Quijote pliego a pliego.
Lo tuvo más fácil que nosotros.