ASESINOS
Hay algunas materias en que el alcance de cada término está delimitado con suma
precisión. Uno de esos campos es el derecho. Es muy difícil confundir el asesinato
con el homicidio y con las bajas de guerra. Asesinar dicen los diccionarios
que es matar a alguien cuando ello constituye un delito. Según las legislaciones, para
que haya asesinato han de concurrir premeditación, alevosía y ensañamiento. Quedan
excluidos por tanto los involuntarios. En los países cuya Constitución no acepta la pena
de muerte, no se puede matar voluntariamente sin que ello constituya delito. Por
consiguiente toda muerte provocada por un habitante de estos países, es delito. La única
posibilidad de matar para uno de estos países, es que queden en suspenso los artículos
constitucionales que prohíben matar. Y eso sólo se consigue por la declaración de
guerra. Mientras tal no ocurra, nadie, absolutamente nadie, ni el mismo Parlamento en
peso, puede autorizar a nadie para que mate, porque todas las muertes serían
asesinatos.
A no ser que todas las muertes que se producen en la guerra sean involuntarias,
que sí lo son, si creemos lo que nos dicen, sobre todo en el bando de los buenos; con lo
que vendrían a ser los muertos como los que hace uno en carretera cuando va conduciendo
con toda la prudencia del mundo y se le mete alguien debajo de las ruedas. Con muchísimo
mayor cuidado tiran las bombas los aviones de la Otan. Los muertos son accidentes
lamentables. El índice de muertos de la Otan no es mayor que el índice de accidentes de
carretera, por lo que pueden estar bien tranquilos y orgullosos de sus acciones
benéficas. Si tuviésemos pena de muerte, la ejecución sería una tercera
fórmula para matar. Claro que nos quedaría una fórmula más, ya de carácter religioso:
sacrificar a los enemigos. Recordemos que el sacrificio de más alta calidad es el holocausto.
En los tres casos se trataría de muertes no sólo legales, sino buenas y santas, por las
que la patria queda obligada al agradecimiento.
Aunque bien podría ocurrir que las palabras jueguen por su cuenta con nosotros ( ver droga en la web) y pongan las cosas en
su sitio. Lo que ocurrió en Vietnam, como ocurre en todas las guerras (pero aquí fue
proverbial), es que no había manera de que los americanos tuviesen tripas para matar a
los frágiles "vietcong" si no era atiborrándose de hashish. Lo
mismito que los "asesinos" (secta shiita ismaelí que floreció por el año
1090). Estos shiitas trataban de conseguir mediante el hashish dos cosas: una, que
no les repugnase matar; y otra, que no temieran morir. El método fue eficacísimo.
Lograron fundar una dinastía, que mantuvo el poder hasta que fue ejecutado el último
gran maestre de los asesinos (los consumidores de hashish) por el khan
mongol Hulagu. Es práctica común en todos los ejércitos, incluidos los de liberación,
echar mano del hashish; con lo que todo soldado al que mandan a matar ha de
convertirse en un auténtico hashashí, es decir consumidor de hashish, es
decir asesino. Y por lo que sabemos hasta el presente, el estado de embriaguez (no
importa si de vino, de hashish o de ideas) es un eximente.
Mariano Arnal
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