LAS COSAS Y SUS NOMBRES  NOMINA RERUM                                    Mariano Arnal

ENTENDIMIENTO 

El lenguaje tiene sus limitaciones, a veces severas, que nos ponen en la pista de extrañas relaciones. Tenemos el neologismo culto inteligencia; pero nos falta el verbo respectivo, que sería “intelegir”, tomado también del verbo a partir de cuyo participio presente hemos formado el término inteligencia (intélligo, intellígere, entellegi, intellectum; atención al supino, del que hemos sacado otro cultismo, el “intelecto”). Y como no tenemos ese extraño “intelegir” (¡a que suena a elegir!), hemos tenido que pasarnos a un pariente próximo, el verbo entender, que es otra cosa: de la misma familia, es cierto, pero bien distinta. 

Tendo, téndere, tetendi, tensum (la reduplicación del perfecto tetendi es señal de gran antigüedad). Estamos ante el verbo tensar, desarrollado en extender, tender, desplegar, desenvolver, y todas sus posibles derivaciones. Tenemos una acción decidida, relativamente costosa, que requiere un esfuerzo por lo menos de los brazos (y por analogía del resto del cuerpo) cuando es física; y un esfuerzo de la mente cuando metafóricamente se aplica a la acción de ésta. Cuando le colocamos el prefijo in, le añadimos dirección: inténdere es tender con fuerza (con la que se tensa un arco) en una dirección concreta; y apuntar en esa dirección con el mismo cuidado que pone el arquero al direccionar e impulsar la flecha. No es poca cosa. El supino de este verbo es intensum (además de intentum): de él hemos sacado la idea de intensidad. Entender no es pues cualquier cosa, no se consigue sin voluntad, sin intención (que es otro de los sustantivos de la familia).  

Cuando los antiguos definieron las potencias del alma afirmando que eran la memoria, el entendimiento y la voluntad, es como si hubiesen dicho: las potencias del alma son tres: voluntad, voluntad y voluntad. En efecto, debajo de las tres potencias (potencias o poderes, las llamaban) se esconde siempre una firme voluntad: sin esfuerzo, es decir sin voluntad, no hay memoria que valga (bien nos lo demuestra la actual línea pedagógica, tan blanda, tan muelle); sin voluntad no es posible el entendimiento, porque requiere por lo menos una atención muy intensa (seguimos en la misma familia de téndere). Y la voluntad se define a sí misma. El entendimiento por tanto no es un don gratuito de la naturaleza, sino un ejercicio de esfuerzo. De la misma manera que para ver con precisión hay que mirar, y para oír de una forma útil hay que escuchar, para entender de verdad es imprescindible atender, ponerse en tensión (la misma tensión de la mirada del que mira y del oído del que escucha) en dirección a lo que se quiere captar con el entendimiento. 

Obsérvese de nuevo la indigencia léxica: por su estructura, la palabra entendimiento tendría que denominar la acción de entender; pues no, lo que nombra es la facultad de entender, y por elevación, el hipotético órgano de entender. Para referirnos a la acción de entender hemos tenido que recurrir al resultado de esa acción, que es la comprensión. He ahí cómo para expresar las distintas formas gramaticales de un determinado campo semántico, en este caso el del entendimiento, hemos de recurrir a una notable dispersión léxica que no se mueve precisamente en la sinonimia, sino en el proceso intelectivo.