LAS CLAVES LÉXICAS                                                                        Mariano Arnal


LAS MUNICIPALES QUE VIENEN 

Estamos ya en plena campaña para las próximas elecciones municipales. Algo está muy claro, y es que por diversos motivos no van a ser iguales que las que se han celebrado hasta ahora. Se cuenta con que los gobiernos municipales sean neutros, asépticos, apolíticos, meramente administrativos. Y justo esa es la peor opción. La explicación es obvia: las Comunidades, que así se llamaron durante siglos y en muchos lugares las agrupaciones naturales de ciudadanos (¡políticas por tanto!), dieron innumerables quebraderos de cabeza a los niveles más altos de poder. Por eso fueron cortándoles las alas hasta que consiguieron no sólo que no volaran, sino incluso que se arrastraran.  

Pero no podemos construir el armazón político de un país basándonos en la desconfianza justamente de lo que es el cimiento de la ciudadanía y por tanto de toda política: la ciudad, llamada por los griegos “polis”, que es ante todo y sobre todo la comunidad de ciudadanos, y muy en segundo lugar su hábitat y sus órganos de gobierno. Ya va siendo hora de devolverle a la ciudad lo que es de la ciudad; y de ella es la política, la ciudadanía, el civismo. No debiera ser la mera agregación de ciudadanos sueltos (¡cómo les temen los políticos cuando van juntos!) los materiales con que se construye la ciudadanía (española en nuestro caso), sino la agregación de comunidades de ciudadanos: primero las comunidades ciudadanas (es decir las ciudades) y luego los otros niveles comunitarios.  

No puede ser que a uno le haga ciudadano la Constitución, y no en cambio la Carta Cívica de su ciudad. ¿O es que todo ejercicio ciudadano ha de reducirse a elegir cada cuatro años a quienes lo hagan todo por nosotros pero sin nosotros? Pase que ese género de ciudadanía de votar cada cuatro años y lavarse las manos se ejerza para no quedar ajeno de las más altas y remotas  opciones políticas; pero es de todo punto inadmisible que se tenga que limitar a eso el ejercicio de la ciudadanía en la propia ciudad. 

Hay que reconstruir la sociedad civil, pero no como una realidad opuesta a la sociedad política, sino como articulación natural de la misma. La distinción entre “sociedad civil” y “clase política” ha de desaparecer por fraudulenta. Es que hacer política en tu propia ciudad (eso es hacer ciudad, eso es ejercer de ciudadano, ¿o no?), hacer política en tu propia ciudad, digo, ha de ser tan sencillo como comportarse como un buen ciudadano en todos los aspectos, y dar a entender a los conciudadanos por medios suficientemente claros que se espera de ellos un comportamiento análogo. Ha de ser procurar que nunca quede fuera de juego el buen ciudadano, sino el que no respeta las normas de convivencia de la colectividad. Ha de ser sentir la ciudad como algo propio y compartido, sentir a los conciudadanos como conjunto del que cada uno formamos parte. Hacer política en tu ciudad es implicarte en todas las movidas que haya, aunque sólo sea por solidaridad y reconocimiento con quienes las promueven. Del mismo modo que para ejercer de anciano no se necesita un nombramiento específico, para ejercer la política en una ciudad no se necesita ser nombrado ni elegido político. Ni inventarse el oficio de político. 

EL ALMANAQUE examina hoy el término concejo.