Un cuento de Rafa

 “Llámame cuando despiertes”.

 Se hace tarde. Peter besa a Lía en la mejilla dulcemente, se embute en su traje Emidio Tuchi de hace dos temporadas, de cuando él era más flaco y menos viejo, y sale con prisas del modesto apartamento. Su otrora flamante Ford Fiesta rojo le espera sin prisa, como cada mañana, acurrucado en silencio en aquel sitio tan pequeño, donde parecía imposible que cupiera. Tras dos intentonas, el motor arranca, ha habido suerte. Tres manzanas, la  Gran avenida, la autopista, su destino. Son las 7 y 10 de la mañana de Abril más plomiza que se recuerda. La policía tarda poco, la ambulancia un poco más. Peter corría demasiado, el asfalto estaba demasiado mojado y aquel camionero había dormido demasiado poco. Peter dice adiós al mundo demasiado pronto. Aquel niño tímido se hizo hombre, hace un par de desengaños; con 26 años es un cuadro posmoderno de sangre, hierro y asfalto. Tardan mucho en identificarlo.

Unas horas antes de que lo logren, Lía despierta perezosa de su sueño profundo de mujer estresada. Con los ojos aún presos de las lagañas, se prepara un café con leche y unas galletitas de fibra con margarina. El café está bueno, pero las galletitas, algo revenidas, se le hacen especialmente amargas. Se ducha sin prisa, acariciando con cuidado su cuerpo preRubens y lavando con delicadeza sus cabellos con Vidal Sason anticaspa. Se pone un vestido largo pero esponjoso, como de hipie, jaspeado de florecillas multicolor y con unos curiosos volantes en las mangas. Unos segundos antes de salir a hacer la compra, repara en una pequeña nota que descansa en la mesita de noche.

Sobre el papel cuadriculado arrancado de cualquier libreta pequeña de cuatro agujeros, solo tres palabras garabateadas en tinta azul con la quasi ilegible letra de Peter: “llámame cuando despiertes”. Lía coge el teléfono. ¿Cuál era el número del móvil nuevo? 6078HFIO5, ah sí! Las ondas vuelan con prisa, tecnología punta, campos magnéticos, futuros cánceres. Un pitido. Dos. Tres. Cuatro, cinco y seis. Siete, ocho, nueve y diez.

Lía cuelga. Imagina que estará conduciendo y no podrá contestar. También sabe que cuando eso sucede, Peter busca un arcén y le devuelve la llamada. Excesiva demora.  Presa de cierta ansiedad Lía repite la llamada. Le sudan las manos y le desagrada el tacto de su piel sobre el plástico pastoso del teléfono, que es de color crudo amarillento.  De nuevo el ritual. Un pitido, dos, tres.... “¿Si?” Lía respira aliviada.

-Peter, menos mal, porqué no me has devuelto la llamada?

-Por qué no podía cariño. Me he muerto.

-...........

-..........

-Va en serio, ya sabes que soy muy aprensiva. Menos mal que estás bien.

-Cariño, escúchame, no estoy bien. ¡Estoy lejísimos de estar bien! Tengo el volante hundido en el pecho, como consecuencia las costillas se me han clavado en los pulmones, que, al reventar se han inundado de sangre, por lo que me he ahogado. Antes de morir, no obstante, he notado como un trozo de chapa del techo se me clavaba en la coronilla, rebanándome en dos el cráneo de atrás adelante, haciéndome la cara exageradamente ancha, como si fuese una careta de plástico estirada con fuerza desde ambos bordes. Después de muerto, han seguido pasando cosas: amputación de la pierna derecha por el quitamiedos y otras lindezas, pero eso ya da igual porque estaba muerto y no me ha dolido. Aunque verlo, desde luego, impresionaba.

-No te reconozco, que estás diciendo...me das miedo.

-¿Miedo? ¡Yo si que tengo miedo! Tendrías que ver donde estoy ahora, no sé si es el cielo, el infierno o yo que sé, pero es inabarcable e incomprensible. Estoy nervioso y no me puedo morder las uñas, ¡no tengo cuerpo!

 Lía enciende un cigarrillo, ducados light, se da cuenta que le quedan solo tres, se inquieta. El labio inferior le empieza a temblar, si es una broma le hace muy poca gracia. Sospecha que no es una broma porque hasta la voz suena diferente, como más amplia y profunda, como muy lejana pero a la vez con mucho volumen. Da tres caladas seguidas. Se le escapa una lágrima.

-Peter!

-Cariño, no te preocupes, ya sabes que siempre me las he sabido apañar. Dentro de poco te llamará la policía para darte la noticia, así que tendré que colgar pronto, no es cuestión de hacerles esperar.

-Peter.... la nota.... tú, porqué?!

-Quería que me llamases para despedirme en persona, imagino que tardaremos mucho en volver a vernos.

-Peter...Diós...no puede ser....

-Si cariño si que puede. Tal vez, si me hubieses llamado antes, me hubiese detenido en un arcén y ese camión nunca se hubiese cruzado en mi destino, quién sabe. Pero no me has llamado antes, me has llamado cuando lo has hecho y a lo hecho, pecho. ¿No? 

Lía lanza con fiereza el teléfono sobre el sofá. Se sirve un Martini negro. Reflexiona. Descarta que esté soñando. Intenta llorar de nuevo, pero está demasiado embotada, no lo logra. Camina nerviosa por el salón, se tropieza con la mesa, le duele mucho. Recupera el teléfono. 

-Peter, ¿aún estás ahí?

-Si nena, pero creo que tendré que colgar. Las cosas se están poniendo feas.

-A que te refieres?

-Será mejor que no te lo explique. Bueno, Ciao. Te quise.

 a gota malaya del continuo tintineo del teléfono comunicando es demasiado para Lía. Grita. Muy fuerte y desde muy adentro, se enfada y se siente culpable, llora y se siente culpable, se asoma a la ventana y se siente culpable, se siente culpable y se siente culpable. Vuelve a coger el teléfono. 091. La policía.

-Agente? Si, mire, le llamo para decir que he cometido un asesinato y que, si antes de detenerme y encarcelarme, se quiere usted acostar conmigo.