Los pájaros iban en caravana, cruzando puentes, caminos, volando
sobre el desierto para no quemarse las patas, metiéndose en las nubes
para refrescarse. El sinsonte cantando, la bijirita en el lomo de la
tojosa, la paloma llevando el mensaje a la cabeza de la gran
manifestación que iba a homenajear al Rey por el día de su cumpleaños.
Al fin llegan al palacio y toman sus puestos: la paloma en el
sitio de preferencia, Ou, el algodón, cubriéndola de pies a cabeza.
¡Para pa pam pa pam! y sale el Rey con su casaca roja a saludar.
Los
pájaros pasan y le dan la mano, lo besan y vuelven a pararse en sus
puestos. Pero había uno muy vanidoso que era la envidia de los demás,
por lo blanco. Un blanco de vela, de coco, de espuma.
Le
decían Odilere, que es la belleza.
Odilere, arrogante se queda rezagado y no saluda al Rey.
-¿Para qué vino? -preguntó el sijú.
-Para darse plante -refunfuñó la siguapa.
Todos se morían de envidia. Menos el Rey que, al verlo blanco lo llama.
-Tú
acércate.
Odilere se acerca y hace una reverencia. El Rey sonría con cara de
usted.
Y
aquí fue donde ni el sijú, ni la siguapa, ni el sinsonte pudieron más y
cogieron la ceniza en burajones, manteca de cacao en puñados, azufre y
tinta y se la tiraron a Odilere que quedó transformado en un arcoiris
mucho más lindo que cuando blanco.
El
Rey, al verlo coloreado, lo llamó y le pudo corona como premio. Corona
de cardenal. Y así por la envidia de los feos nacieron los pájaros de
colores.
Nació Odilere, que es la belleza.
La
paloma, como que no saltó, se quedó blanca.
El
Rey la nombró, entonces, su mensajera oficial.
Aquí se acaba la historia.