Juegos Olímpicos : Léxico  

EL CONCEPTO ESENCIAL DE RIVALIDAD Y LUCHA EN LOS JUEGOS 

Si no hay enemigo, la competición pierde atractivo. Por eso en todo deporte se busca la forma de crear rivalidad. En algunos esta rivalidad viene dada por la propia naturaleza del deporte (lucha, carrera, fútbol...); en otros hay que buscar elementos externos (como es la valoración y puntuación de los jueces) para que se dé algo parecido a la lucha; porque ni coinciden en la palestra los contendientes, ni se percibe inequívocamente quién resulta ganador y quién perdedor: así por ejemplo, en la gimnasia artística. 

Este espíritu de rivalidad se vivió durante muchos siglos en la escuela, y se restauró en los gimnasios (las escuelas de grado medio). En el cuadro de honor se iban moviendo los nombres (y cuando las hubo, las fotos) igual que en una carrera. Todos rivalizaban por escalar puestos en el cuadro; la rivalidad  por el primer puesto levantaba pasiones y era uno de los temas que alimentaba más conversaciones y discusiones; los últimos eran motivo de vergüenza y oprobio (a veces, también de escarnio), hasta que para aligerar tan grave peso se inventó eso de que lo más importante no es ganar, sino participar. Pero eso ocurría ya en la decadencia del sistema, cuando sus detractores encontraron el camino libre. 

Era el espíritu olímpico trasplantado a la escuela. Era el tiempo en que ésta tenía asumido que su función era formatear a los ciudadanos según un patrón y un programa perfectamente definidos. Era la escuela al servicio de una política inflexible. Fue la época en que nació el fomento de la competición entre las escuelas, siendo el deporte el campo en que finalmente mejor se materializó ésta. Por eso el barón de Coubertin, responsable de estas competiciones en Francia, ideó para ellas la gran competición olímpica que enfrentaría sus escuelas con las de otros países. Digo que el deporte era un área más para la competición. Toda la escuela estaba concebida en este sentido, y para todas las materias se encontraba la fórmula competitiva. El cuadro de honor era el podio de los vencedores.  

En una tal concepción, era impensable organizar algo en que no compitiesen entre sí las banderas. El gran premio no podía ser la victoria de un atleta sobre otro, porque esto le hubiese restado a la competición su mayor lucimiento, sino la victoria de una bandera sobre otra. Y así lo entendieron los países que aceptaron participar. En los Juegos Olímpicos cada país determina su valor por el número y la calidad de medallas obtenidas. Es el fiel de la balanza que les sirve a los estados para compararse entre sí en una serie de parámetros. La simple capacidad de un estado de llevar a sus deportistas a una competición de esta categoría es de por sí un indicio de su capacidad organizativa global. Pero ahí se infiltran continuamente otros valores que nada tienen que ver con el antiguo espíritu olímpico. Eso ocurre en todas las competiciones deportivas, pero los que optan por ese juego aprovechan el enorme poder amplificador de los Juegos Olímpicos para sus singulares propagandas.   

Siendo las banderas el sujeto de las competiciones, es inevitable que con ellas se cuelen ideas y sentimientos que utilizan el deporte como trampolín.

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