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Los problemas es mejor enfrentarlos

¡Dios mío!, ¿hasta cuándo me traes tantos problemas?

La frase anterior suena a queja, ¿verdad? Quizás la diga alguien que está desesperado por las dificultades que le toca enfrentar. Quisiera que, dado su buen comportamiento, Dios lo premiara con una vida tranquila.

Es una buena ocasión para recordar que los problemas es mejor enfrentarlos. Pretender que no existen es simplemente postergarlos para que después haya que abordarlos. Y seguramente que será más difícil de resolverlos que si se hubieran atacado desde el comienzo. El otro error común es acumularlos. Se transforman en una montaña que se hace cada vez más difícil de mover. Puedes mover las piedras una a una, pero si las dejas acumular, ya no podrás hacerlo sin maquinarias especiales.

¿Se puede tener una vida sin problemas? No, no se puede. Desde que nacemos nos enfrentamos al medio que nos rodea. La existencia es una lucha constante, un permanente proceso de elecciones, ensayos y errores. Aquí y en todas partes. Es una ilusión pretender que cambiándose de casa, ciudad o país los problemas se irán: éstos irán junto al viajero.

Los problemas existen para ser resueltos y aprender con ellos. Nos permiten aumentar nuestra sabiduría. Con ellos, vamos entendiendo cómo es la vida y cómo es el proceso de la creación. Por esto existen. ¡Dios mío!, ¡tráeme problemas para ser cada día un poco más sabio!

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