AMOR
ADULTO
Primera primavera
En
mi caso, la existencial crisis de los hombres que median los cuarenta
y cincuenta años se ensañó con singular "alegría", duro
y a la cabeza. Sin anunciarse, fue directo a la yugular, hace un par
de años.
Por fin, tras una obsesiva entrega al yoga, la oración y el psicoanálisis,
logré salir del hoyo. Ahora dispongo de la objetividad y distancia
necesarias para tratar tan amarga como universal etapa de la vida.
Valgan estas líneas de acicate para quienes están viviendo su
correspondiente temporada en el infierno.
Síntomas de la crisis cuarentona: Depresión tumbaburros,
ansias por estar siempre en otro lugar, confusión mental en materia
religiosa y conyugal, hipocondría que hace de una roncha un tumor
maligno, incapacidad de amar, pero sobre todo un desquiciado pánico
que supones eterno.
A fin de cuentas, se trata de la milenaria incógnita del ¿quién
soy?, ¿a dónde voy?, ¿de dónde vengo?, ¿qué es la vida?, ¿se
nace para morir?, ¿qué le echaron a mi vaso? Preguntas que el
humilde cerebro humano apenas si alcanza a formular, y cuyas
respuestas rebasan a nuestras cavernícolas neuronas.
De repente, una mañana como cualquiera, la angustia clava sus garras
en tu pecho, mientras con los pelos de punta descubres que el futuro
es ahora. Las parcas han rechazado las prórrogas, de modo que ya no
hay tiempo para que rumies más aquellos sueños adolescentes, cuando
la vida era una veredita alegre sin lutos ni testamentos.
En aquellos tiempos del acné y el primer beso, cuando una capilla
funeraria era un mito, redactaste una maravillosa lista de
"pendientes" en tu agenda mental: publicar en Alianza
Editorial, cantar como Lennon en un estadio lleno, anotar el gol que
lleve a México a la semifinal, rentar un estudio de pintura en París,
ser Presidente de México.
Todos esos proyectos pospuestos, el ansiado millón de pesos, ese
premio Nóbel de Literatura, ese negocio propio merced al cual te
librarás de tu engorroso jefe, esa decisión de abandonar el tabaco y
hacer ejercicio, de repente una mañana llegan al límite de lo
posible, y temblando dices: "ahora o nunca".
Ahora bien, decidirte por el "nunca" no entraña
necesariamente la muerte. Es decir, si reconoces que tu infantil sueño
de pisar Saturno es una quimera, la resignación no será motivo de
pena o desaliento. Al contrario, aceptar los límites de la biología
humana te ubicará en una realidad que, fea o bonita, es tu único
escenario....
La crisis cuarentona
cuelga en tu alma un letrero que reza: "Cerrado por
inventario". Es decir, llegó el momento de hacer el estado de
cuentas: cuánto invertí, cuánto gané. Con un nudo en la garganta,
calculas haberes y teneres en tu calculadora mental, aguardando el
resultado cual mujer en espera de las pruebas de embarazo.
¡Qué mal negocio la vida! Por lo regular, el saldo aparece en
fosforescentes números rojos. Resuena entonces una alarma en tu
miocardio, y un gélido rayo desciende por tu espina. Ovillado en la
cama, temblando de miedo, pujas para regresar al útero de tu madre,
en busca de un borrón y cuenta nueva.
Pero bien dicen millones de canciones y poemas: "se vive sólo
una vez", de modo que en vano intentas retornar a la matriz. ¡Qué
ganas de flotar en la inconsciencia del lago amniótico! Quisieras
enclaustrarte y que esta vez el doctor no te jale al exterior, donde
acecha la muerte.
Intentar regresar a casa de manera tan absurda, es tan infructuoso
como arrojarte en los brazos de la etílica bohemia, enajenarte con
los papeles de la oficina, sentarte en una silla de por vida y con la
mente en Timbuctú.
Sustituir a tu mujer por una joven que reanime tus adolescentes sueños
es una riesgosa opción, sobre todo si tienes hijos. Respetables
personalidades han echado por la borda su asentado refugio familiar, y
ahora se dan de topes contra la pared.
Pero está el caso de quien, rompiendo una viciada y larga relación
no necesariamente conflictiva, ahora vuela libre como gaviota,
cumpliendo uno a uno los viejos sueños, inspirado por un vigoroso y
fiel ángel. Tales casos son la excepción en la realidad, y un cliché
en las películas.
Hay
dos intentos de aliviar la crisis, que no por radicales resultan más
eficaces. El primero es la tentación de quebrar tu entendimiento lo
mismo que una nuez, caer en una dulce psicosis que te desconecte de la
realidad.
La otra fallida solución es salir de la vida por propia voluntad,
abandonar el barco optando por el no-ser de Hamlet. ¡Qué injusto es
el suicidio! Tu egoísmo supera a la angustia, y escapas del mundo,
indiferente al dolor de amigos y familiares.
Pero sin duda el intento más desafortunado es el de quien, para morir
con la conciencia tranquila, se regala a sí mismo digamos un cáncer
pulmonar o un accidente automovilístico. Hablo de esos casos donde
por debajo del agua la mente le ordena morir al cuerpo, y no de las
desgracias en verdad involuntarias.
Mejor estrategia es cosechar lo poco o mucho que sembraste, aceptar
que es tiempo de vivir el presente, el aquí y ahora, y contemplar la
maravillosa creación del Universo. El pasado es inamovible y el
arrepentimiento no sirve de nada. Borra del léxico el
"hubiera", y apretando los dientes aférrate a la voluntad
de vivir, vence a Tanatos.
Una máxima de Heidegger me ayudó a superar esta crisis de los
hombres madurones que, demasiado jóvenes para morir, pero demasiado
viejos para rocanrolear, de repente se desadaptan y caen en el vacío
existencial: "La felicidad consiste en dejar que las cosas sean
como son".
Traducida al lenguaje de Lennon, la frase de Heidegger nos dice "let
it be". O sea, suéltate, abandona los remos, boga a la deriva en
la corriente del Ser. No opongas resistencia a la muerte inevitable,
envaina la espada, nadie te persigue, o como diría Clavillazo:
"La cosa es calmada".
Creo que al cabo todos reconoceremos la existencia de Dios, o siquiera
aceptaremos la idea de un Creador obrando por encima de la razón. De
otra forma la vida sería un absurdo galimatías. Por eso dijo
Dostoievsky: "Si Dios no existe, entonces hay que
inventarlo".
El cuarentón que supera la crisis acepta que dispone del tiempo justo
para perdonar y amar, recuperar la capacidad de asombro, exprimir cada
segundo. Luciendo una plácida sonrisa de monje tibetano, fascinado
descubre que la verdadera vida apenas comienza, atónito comprende que
recién ha cortado el cordón umbilical y que sólo hasta ahora
comienza a desentrañar el relajo de la existencia.
"La libertad se conquista a diario", dijo Goethe, quien ya
anciano se encaprichó con una jovencita, y siendo joven se enamoró
de una mujer casada. Así, el autor de "Fausto" nos dice que
cada día se inicia desde la nada. El diario amanecer es una tabula
rasa que, negando el pasado y demás lastres, aliviará tu crisis si
en verdad así lo deseas.
Y es así que, por no perder la fe durante el infernal trance, atónito
descubres el desfasamiento del nacimiento biológico y el espiritual.
Entonces, irradiando una jubilosa paz y colmando de luz los pulmones,
fuerte y vigoroso, al fin naces de verdad, y dichoso te revuelcas en
tu primera primavera.
Mario Anteo
Recuerda
esto: El Amor no es un sentimiento...es una actitud
Marco Antonio Guizar Ponce" <maguizar@hotmail.com>
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