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LÉXICO

MISTICISMO

Bajo este término, con el que se ha querido denominar toda manipulación de lamística, se ha colocado casi todo lo que de cualquier modo tiene que ver con ésta; porque lo que con la palabra misticismo (que es peyorativa) se condena, es precisamente cualquier empeño en sistematizar y dar carta de normalidad a la mística, y por supuesto hasta la misma tentación de colectivizarla. Es que lamística, el trato directo con Dios, es un privilegio vivencial, nunca doctrinal ni menos de mando, que por su propia naturaleza es excepcional, reservado por tanto a un número muy exiguo a lo largo de la historia de la Iglesia. Digamos, pues, que se llama misticismo a toda fórmula generalizadora de la experiencia mística.

Bajo esta definición nos trasladamos al ámbito de la filosofía, e incluso de la sociología, más que de la religión; puesto que bajo esta denominación se agrupan todas las doctrinas que propugnan cualquier género de relación directa del alma con Dios. Aunque los filósofos presocráticos ya venían de una concepción casi mística del saber (el pitagorismo era incluso una religión para iniciados, con misterios y todo), es Platón el que consagra una teoría general del conocimiento basada en el misticismo, es decir en la relación directa de la mente con la divinidad como fuente de todo conocimiento; y el neoplatonismo, que derivó hacia el culto religioso a Platón, se distinguió por su misticismo, en línea con la singular forma que tuvieron de vivir la filosofía. Esta tendencia caracterizó también a las filosofías panteístas. Es conocida la inclinación de las religiones hindúes al misticismo. Incluso el Islam, que no caracteriza por su intimismo, tiene sus ramalazos místicos. Entre los movimientos protestantes, todos aquellos que se distinguieron por su pietismo y su afán de perfección cristiana, como los cátaros, los jansenistas, los cuáqueros en sus inicios, se entregaron con fervor a distintas formas de misticismo: pretendían dar carta de naturaleza al trato directo de los fieles con Dios. El español forjó un término bien castizo para designar la forma más degenerada del misticismo, hecha más bien de gestos y apariencias: llamó beatos y beatas a quienes se entregaban a esas prácticas. No olvidemos que se trata de una palabra latina que significa bienaventurado, y que en la Iglesia la proclamación de beato o beatificación, es el paso previo a la canonización. Es sintomático que estas prácticas que en vida despiertan el recelo de la jerarquía eclesiástica (que es obviamente la que tiene el monopolio del conocimiento y trato con Dios, y no precisamente por vía mística), después de la muerte constituyen un argumento de bastante peso para la beatificación. Otro síntoma léxico del recelo que despierta la mística, es la propia existencia de los términos mistificar y mistificación, galicismos que no necesitábamos para nada, y que con toda probabilidad se introdujeron en nuestra lengua porque encajaban en el campo léxico de la mística y venían ya con el significado de embaucar, engañar (mystifier), para lo que la afectación de místico se presta de maravilla. Mediante la grafía con x se intentó alejarlo de ese campo léxico para pasarlo al de mixto (del latín miscere = mezclar). La Real Academia, con razón, se resiste a admitir estos términos ni con s ni con x. El antiguo guardacostas velero llamado místico y su vela mística nada tiene que ver con la mística, sino con el término árabe missatah, que significa barca armada, que fue atraído por la mística, como el vídeo es atraído por el vidrio.

Mariano Arnal

 

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