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LÉXICO

MALEDICENCIA

Si nos situamos en el valor de los elementos con que están compuestas las palabras, salta a la vista que maldición y maledicencia son hijas de un mismo padre: el decir mal. Esto es así porque en realidad falta en dos de las patas (la griega y la latina) de nuestro trípode cultural, la maldición propiamente dicha, la maldición sagrada, es decir como sacramento (la precisión terminológica obliga a decir "sacramental"), herencia cultural del judaísmo. La tenemos únicamente en el exorcismo, que es una maldición dirigida al diablo que hay que expulsar del poseso. Recordemos que exorkismoV(exorkismós) incorpora el elemento orkoV (órkos), que en rigor léxico es aquello que constriñe u obliga, es decir el juramento o la juramentación. Si algo nos queda modernamente parecido a la maldición, son prácticas procedentes de culturas muy cercanas al animismo y a la brujería. Es obvio que si en las culturas griega y romana no existen prácticas religiosas ni profanas de bendición y maldición, no existan tampoco las respectivas palabras. Hemos de recordar sin embargo que en nuestra liturgia la bendición ocupa un lugar muy destacado, mientras que la maldición (que sí existía en la liturgia judía) ha sido totalmente desterrada.

Tendremos que plantearnos si el hecho de que nos cueste tanto hablar mal y además incorporar esta práctica a nuestros valores éticos, no tendrá algo que ver con el hecho de que haya desaparecido la maldición de nuestra doctrina y de nuestra liturgia. Porque a hablar mal, aún llegamos; pero lo que está totalmente fuera de nuestros usos es proferir maldiciones. Es un lugar común el de la maldición de la gitana (¡no del gitano!, que eso forma parte del rito), pero nada se dice de las maldiciones del payo. Simplemente, no hay tradición. Más que a maldecir, nos hemos dado a renegar (a meternos con Dios) y amenazar. Lo que sí en cambio está profundamente arraigado en nuestra cultura es la maledicencia. Maldecir, no maldeciremos; que para eso se necesitan agallas, porque la maldición es un acto de hostilidad directa. Pero lo que es darnos a la forma taimada de mal-decir, lo que es entregarnos a la maledicencia, a hacer correr bulos contra quien nos cae mal, en eso somos artistas consumados. Y si sólo fuese eso, aún estaríamos bien. Pero es que tenemos, además del vicio de lamaledicencia, el de la benedicencia, hijos ambos de la cobardía. Contra quien nos hace mal, no usamos la maldición (a la cara), sino la maledicencia (a sus espaldas); eso si no nos tiene tan absolutamente dominados y aterrados, que empleamos con él la benedicencia; es decir que nos dedicamos a hablar bien de él cuando sabemos que en conciencia deberíamos hablar mal. Hay dos palabras griegas la eulogia (euloguía) y lakakologia (kakologuía), que nos acercan a los conceptos de bendición y maldición respectivamente, entre otras cosas porque tienen un eminente carácter ritual. En cambio la blasjhmia (blasfemía) y la eujhmia (eufemía), que son de carácter conductual, nos trasladan a los conceptos de maledicencia y benedicencia. La primera consiste en hablar mal de quien es merecedor de elogios y buenas palabras; mientras la segunda se ha convertido para nosotros en una segunda piel: la llamamos eufemismo; y todos sabemos y entendemos que consiste en conseguir que suene bien lo que ha de sonar mal; con lo que delatamos nuestra cobardía. Si causamos mal a alguien callando, o hablando retorcido, o elogiando el mal, allá películas.

Mariano Arna

 

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