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LÉXICO

MALDICIÓN 

Algo esencial falla en la urdimbre de nuestra conducta cuando se nos induce a ponerle al mal tiempo buena cara, también cuando se trata de conductas contra nosotros; o dicho en palabras más evangélicas, cuando se espera de nosotros que bendigamos (eulogeite / euloguéite = bendecid, alabad, elogiad, mostradle vuestra consideración) a los que no sólo nos mal-dicen, sino también a los que nos mal-hacen, o a callar veamos lo que veamos y nos toque aguantar lo que sea; a guardar un silencio que tiene mucho de reverencial, de respetuoso, de aceptación y aprobación. Y de aquí saltamos sin más al arte educadísimo y servilísimo del eufemismo. ¿Y eso qué es? Pues que aunque de lo malo y de los malos corresponda hablar mal (blasjhmein / blasfeméin), que es lo propio, lo espontáneo, pues no: hablar bien de ellos si se les teme, e incluso hablar bien de ellos, ben-decirlos, si creemos que por nombrar al mal éste se cebará en nosotros: recurrir al eufemismo, o si no queremos incurrir en hipocresía, alsilencio; un silencio que quien nos domina mediante el mal interpretará como reverencial y de aceptación de su santísima voluntad, puesto que es ahí a donde lleva finalmente el miedo. En efecto, la eujhmia (eufemía) está tan sólo un escalón por debajo de la eulogia (euloguía), de la alabanza sincera, que nace de la admiración y del agradecimiento. Empezamos hablando eufemísticamente del que hace mal (no por educación, sino por miedo) y acabamos con el síndrome de Estocolmo, pasándonos sinceramente a su bando. En efecto, no es sólo que quien calla consiente, no; quien calla reverencia; quien calla, alaba. Quien calla es porque no se atreve a hablar, es que reconoce su inferioridad y la superioridad del que le hace mal. ¿Superioridad física? ¿Superioridad moral? No importa, porque la superioridad física acaba convirtiéndose inexorablemente en superioridad moral. El que gana siempre es el bueno, y el que pierde, el malo.

Los conceptos de bendición y maldición son de lo más difícil de encerrar en palabras, porque se escurren. Parece que en hebreo tanto la bendición como la maldición son unos ritos en que quien las profiere se juramenta con los dioses para que se cumpla inexorablemente lo que dice. Son lo más parecido a lo que el catecismo llama sacramentales, que en su origen tenían carácter de auténticos sacramentos, es decir de ritos sagrados que eran eficaces por sí mismos. Cuando los Setenta han de traducir la palabra hebrea maldición (arar), se van al lexema orkoV (órkos), que significa estrictamente aquello que constriñe u obliga, es decir el juramento. Se trataba de un ritual muy complejo, nunca de una representación, que por los caminos de la magia (elevada luego a la dignidad de religión) surtía los efectos que se decían. (Ver en el editorial del viernes 1-9-00 la transcripción del ritual de sacrificio-juramentación-maldición por los celos, del libro de los Números, cap. 5, vers. 11-31; muy interesante)

Sólo que comparemos el latín, el griego y el hebreo en el par bendición / maldición, nos damos cuenta de que estamos en mundos bien distintos. Por empezar, estos conceptos tal como los conocemos son de origen hebreo. Tanto el latín como el griego han tenido que adaptar a esos conceptos, palabras que no se crearon para ellos. (Continuará)

Mariano Arnal

 

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