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LÉXICO

DESERTIFICACIÓN

Es una palabra muy moderna, y en ella se refleja la percepción clara de una realidad que ahí ha estado desde siempre, pero que al no haberla advertido, era para nosotros como si no existiese. Fue precisamente la ciencia que estudia el hábitat, la ecología (oiko / oiko – por contracción del diptongo, eco), la que nos llamó la atención sobre el fenómeno de la progresiva desertificación del planeta. Una palabra en la que consciente o inconscientemente asumimos que el avance de los desiertos es obra y responsabilidad del hombre.

Desertificar es desertum facere, hacer desierto, convertir en desierto. Es un neologismo formado con notable acierto. Se le podía haber ahorrado a la palabra una sílaba, dejándola en desertizar y desertización; pero quedó con seis. Si se hubiese optado por estas formas, se entendería que el fenómeno del avance de los desiertos se produce por impulso espontáneo de la naturaleza. Pero no es así, sino que la propia existencia del hombre y su extensión sobre toda la tierra, es de por sí un factor de desertificación. La misma agricultura, base irrenunciable de nuestra subsistencia, constituye un durísimo castigo para la tierra: una devastación sistemática de la flora, de la fauna, del manto fértil y del sutil velo atmosférico con el que se protege la vida de la inclemencia del universo; del espíritu que respira todo lo que vive, préstamo modestísimo y a brevísimo plazo, que con una insolencia incalificable, acaparamos en ingentes cantidades que devolvemos a su fuente profundamente envenenadas. Y si eso hay que decir de la agricultura, ¿qué no habrá que decir de la industria? Si con la agricultura y con las explotaciones forestales hemos reducido a mínimos el gran pulmón de la naturaleza, con la industria estamos mancillando sin pudor el limpísimo velo que cubre y protege toda la vida sobre la tierra, de manera que no hay pulmón capaz de limpiar tanta inmundicia. Y en las aguas y en el suelo continúa arrolladora nuestra acción degradadora. Y nos lamentamos de que avancen los desiertos. No avanzan solos, sino que los empujamos con todas nuestras fuerzas. Los desiertos no se hacen: los hacemos. Y la hambruna que sigue a la desertificación no es fruto del azar o de la sequía. Es también obra nuestra.

Es sugerente la formación de la palabra desierto: procede del latín desero, deserere, deserui, desertum. Si bien es cierto que la conjugación la toma del verbo sero, sero, serere, serui, sertum (de la familia de ensartar, significa tejer, entrelazar), es evidente que el significado lo toma de sero, serere, sevi, satum (sembrar, plantar). El prefijo de le antepone el valor de separación. Deserere debió significar en origen "dejar de sembrar" un campo que anteriormente se estaba sembrando, y de ahí "abandonar". Tanto en el verbo deserere como en el sustantivo desertum (pl. deserta) como en desertio, desertionis y desertor, desertoris, está presente la idea de que la situación anterior fue de cuidado, de cultivo, etc. y que posteriormente se ha abandonado. Es decir que el propio desierto es el producto de dejar de cultivar lo que antes se cultivaba. Implica deserción y abandono. Si vamos al término desertificación resulta que tiene añadido el elemento ficare (facere = hacer), y su forma sustantivada ficatio (factio = acción de). Desertificar es fabricar desiertos.

Mariano Arnal

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