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EL ALMANAQUE DE HOY REVISTA EL ALMANAQUE
 

LÉXICO

JUSTICIERO

Hay pueblos que les consienten a sus jueces que mientras juegan a perseguir una entelequia que llaman justicia, tan perfecta y angelical que no es de este mundo, la delincuencia campe a sus anchas y extienda sus dominios por toda la sociedad. Hay pueblos en cambio que esperan de sus jueces que sean más bien justicieros, porque entienden que esa es la única manera de contener la delincuencia. Quieren ver esos pueblos cómo se ajusticia a los delincuentes. 

Al menos léxicamente, el ajusticiado está más dentro del concepto de justicia que el reinsertado. Por eso, cuando nos ponemos en trance de dar lecciones de justicia a los pueblos que tienen un sistema judicial y penal justiciero, y que en virtud del mismo acaban ajusticiando a los convictos y confesos, cuando tal hacemos, deberíamos someter previamente a severa expurgación el léxico que empleamos para dar esas lecciones. Porque nos puede ocurrir, y en efecto nos ocurre que queriendo vender la cuadratura del círculo, el producto resultante no es cuadrado ni redondo, sino todo lo contrario. 

Es que mal que nos pese, una justicia en la que “las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social” (Constitución española, art. 25.2), no puede llamarse con propiedad justicia, sino Magna ONG estatal psicosocioeducadora; y las penas de ningún modo pueden tener ese nombre tan denigratorio (que para pena, la de la víctima ya condenada, y la de las víctimas con que pagará la sociedad tan noble obra de caridad cristiana para con los pobres “internos”). Con semejantes doctrinas y praxis, que para colmo viajan en un lenguaje tan surrealista, no podemos ponernos a darles a otros países y culturas, lecciones de justicia. De reeducación, terapias psíquicas, reinserciones y demás, acaso. Pero es que lo mismo que nos ocurre en educación, que está llena de inventos que no sólo no tienen nada que ver con la enseñanza, sino que atentan frontalmente contra la misma; lo mismo ocurre con la justicia, que está enjoyada no sólo con abalorios que nada tienen que ver con la misma, sino que incluso atentan directamente contra ella. 

Si tuviéramos que definir lo que es el juez justo a partir de la realidad, diríamos que es el que está en perpetua huelga de reglamento. Su objetivo no es hacer el trabajo que le corresponde, hacer justicia (eso es lo que hacen los jueces en otras latitudes; pero a nosotros, que somos más benéficos, eso nos suena a perversión y venganza); pues no es ese su trabajo, sino olvidarse de los delitos y abismarse en los reglamentos, aunque a causa de ello la justicia no llegue nunca. Ese es nuestro seráfico modelo de juez. Frente a él está, en países más primitivos, el juez justiciero, comprometido en la persecución de los crímenes, que no descansa hasta dar con el culpable. En esos países este papel se lo confían al fiscal, con el que a menudo ha de coincidir el juez. El resultado del juez justo, es que la calle está llena de delincuentes a los que o no se ha podido probar la culpabilidad, o están en proceso de reinserción; y su producto inevitable son las víctimas, que hay que cargarlas a la cuenta del juez. El juez justiciero corre el riesgo de ajusticiar inocentes, que hay que cargarle en cuenta. Cada sociedad hace su balance y elige en consecuencia. 

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