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LÉXICO

IDEA 

Nos hemos traído esta palabra del griego a través del latín. En griego tiene dos formas: idea (idéa) y eideia (eidéia). En ambos casos nos encontramos ante una forma sustantivada del verbo eidw (éido), que significa ver, verse, parecer, aparecer, y se corresponde con la forma deponente vídeor, videri, visus sum, más que con la forma activa vídeo. 

Tuvimos que llegar al inefable Platón, el filósofo que desarrolló la teoría de las ideas, para que el uso de esta palabra quedase relegado al plano filosófico, de carácter puramente mental, quedando en el olvido sus significados de valor físico. Porque nos dicen los diccionarios que los primitivos valores de idea (idéa) son apariencia, forma, aspecto exterior; y que a partir de ahí desarrolló los de manera de ser (aspecto), carácter distintivo (aquello que más se ve de las personas y las cosas, lo que más destaca de ellas), forma de ser, forma. Al llegar aquí el término se ha convertido ya en abstracto, y denomina el conjunto de caracteres que determinan una agrupación o clasificación (clase, género, especie, familia...) A partir de este valor colectivo, que está en el origen del concepto platónico de idea, pasaron ya los griegos al significado de concepto abstracto por oposición con las cosas concretas; a los productos conceptuales de la mente. Digamos por simplificar que fue Platón el inventor de la idea tal como hoy la entendemos. 

Pero vamos al significado inicial, que es apasionante. Del mismo modo que el saber nace en el sabor, la idea abstracta sólo alcanza la legitimidad genuina de la idea si nace de la visión que uno tiene de la realidad, de la apariencia con que se le ofrecen las cosas. Por “abstractas” que sean. Nos desorientamos del todo si perdemos de vista que este adjetivo indica que lo abstracto está fuera de la realidad no porque no tenga nada que ver con ella, sino porque precisamente se ha sacado de ella (abs-trahere, abs-tractum significa “arrastrar fuera de”, “sacar afuera”; y sólo se puede sacar de algo lo que está en ese algo.) 

Las ideas genuinas son visiones de la realidad, aspectos que ésta presenta. Cuando las ideas son burdas deformaciones de la realidad, no merecen el nombre de ideas. Hay que llamarlas de otra manera: fabulaciones, ficciones, creaciones si se quiere; pero en absoluto ideas, es decir visiones. Uno no puede decir de una fabulación “yo lo veo así”. Puede decir en todo caso: “Me gusta así”, “lo quiero así”, “me lo imagino así”, “me gustaría que fuese así”. El soporte de una idea ha de ser siempre una realidad. 

He aquí pues, que las ideas se tienen que sostener en la verdad (quid est véritas? ¿qué es la verdad?), no en la voluntad. ¿Y qué ocurre con las ideologías? Pues que no nacen de la inteligencia, sino de la voluntad. No de la visión, sino de la ficción. Exactamente igual que los idealismos. ¿Por qué hemos de permitir que nos impongan las ideologías si no consentimos que se nos impongan los ideales ni los idealismos? Unas y otros están muy bien para solaz del ánimo de sus adeptos; pero no para imponérselos a los demás.

Mariano Arnal

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