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LÉXICO

CIVILIZACIÓN 

Me gusta creer que una civilización es el conjunto de recursos, conocimientos y actividades que caracterizan a un pueblo en el esfuerzo por asegurarse la comida a corto, medio y largo plazo. Por eso me encanta saltarme la norma de vez en cuando y escribirlo con b: cibilización, porque así coloco claramente la palabra en el campo léxico de cibus (cebo, cebar, cebada). Se trata de un capricho que algún fundamento tiene. 

Dicen los lexicólogos que civis (ciudadano) es un posible derivado de cíeo, ciere, civi, citum, que significa empujar, hacer moverse, hacer avanzar (se intuye este significado en los compuestos excitar incitar; incluso en el simple citar = hacer venir). Al oír este término me encuentro sin advertirlo ante los poimhneV lawn (poiménes laón), los “pastores de pueblos” de Homero, que apacientan a sus rebaños empujándolos de un pastizal a otro. Al fin y al cabo la civitas romana era el conjunto de los habitantes de una ciudad, un rebaño que era llevado a pacer de aquí para allá en busca de alimento. Claro que desde la más remota antigüedad, los rebaños se convirtieron en hordas que hicieron de la rapiña y el saqueo su modus vivendi. El mismo nobilísimo nombre griego de ciudad, poliV (pólis) es de la familia léxica de polemoV (pólemos), guerra; una de las actividades genuinas de la humanidad para alimentarse, en la que los romanos inventores de la cívitas y el pópulus fueron grandes maestros. 

Al margen de estas reflexiones semánticas está el hecho cierto de que cuando llegamos al fondo de las diferencias entre civilizaciones, lo que encontramos en la raíz son las diferencias de alimentación. De una forma viven el cazador y el recolector (en un total nomadismo), y de otra bien distinta viven el agricultor y el pastor. De un modo viven los grupos animales y humanos que se alimentan de carne, y de otro bien distinto los que se alimentan del manto verde de la tierra; de un modo los que se alimentan de insectos, y de otro muy distinto los que han optado por alimentarse de semillas. 

Toda la civilización industrial y por tanto de entronización del trabajo, la actual cultura del pan, se explica por el hecho de que en un determinado momento de su historia natural, el hombre optó por competir con los pájaros, los roedores y los insectos, y alimentarse de minúsculas semillas. Un alimento tan minucioso, que requería una dedicación laboriosa y prolongada  como la de las hormigas, y el almacenamiento estacionario, y el obrerismo propio de estos insectos, a la fuerza tenía que cambiar la humanidad. Es que la alimentación determina todas las formas de vida. Cuando el hombre en vez de comer trigo comía carne, vivía de forma distinta. Y cuando su alimento esencial fue carne cazada (incluida la de sus congéneres), vivió de manera distinta de como vivía cuando se alimentó de carne “cultivada”. Y asimismo hubo grandes diferencias de civilización cuando la carne cultivada fue de la propia especie, y cuando fue de otras especies. Por eso, si queremos otear hacia dónde virará nuestra civilización,  hemos de atender ante todo y sobre todo a los cambios de alimentación. Sólo cambiará radicalmente el rumbo de la humanidad, si cambia radicalmente la alimentación. Por ejemplo si pasamos a comer y beber definitivamente del mar.

Mariano Arnal

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