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LÉXICO

MONSTRUO

A todo lo que nacía deforme se le llamaba monstruo hasta no hace mucho. La palabra en sí no es insultante ni despectiva, aunque se ha usado profusamente en esa dirección. Los grandes avances de la medicina, que han sido capaces de hacer viables (nunca en óptimas condiciones) vidas que antes no lo eran, han arrinconado el concepto de monstruo y la conciencia de monstruosidad.

Fueron los romanos los inventores de esta palabra: monstrum, monstri es la forma clásica. En el bajo latín cambió a monstruum. Su correspondiente verbo es monstro, monstrare, monstravi, monstratum, que significa mostrar y está relacionado con móneo, monere, mónui, mónitum (de aquí el monitor); significa aconsejar, advertir, dar a entender, e indirectamente mostrar. Monstrum era para los romanos un hecho prodigioso, una maravilla, interpretados a menudo como hechos sobrenaturales en los que intervenía la voluntad de los dioses, que los usaban como advertencia; tengamos en cuenta que es un derivado de monstrare, por lo que les correspondía de por sí mostrar o demostrar algo. Monstrum horrendum era un monstruo que horrorizaba; monstrua narrare, narrar historias prodigiosas o monstruosas. Como derivados desarrollaron los términos monstruosus y monstruósitas, que se corresponden exactamente con monstruoso y monstruosidad. Lo sorprendente de esta palabra es que a pesar del paso de los siglos ha mantenido íntegro su significado, incluso el religioso. Se consideró en efecto como un aviso del cielo, y casi siempre con carácter de castigo (que afectaba no sólo a la familia, sino a todo el pueblo), el nacimiento de criaturas monstruosas. Entre los pueblos más inclinados a supersticiones y a prácticas mágicas, el que naciesen criaturas deformes se atribuía a los espíritus de los muertos violentamente, que buscan vengarse. Muchas culturas colocan entre los monstruos a los que normalmente se llamó "anormales" (tuertos, cojos, jorobados... de nacimiento) y les asignan determinadas cualidades: de ahí viene la superstición de que da buena suerte tocar la joroba de un jorobado o pasar por ella un billete de lotería; de ahí también la inquietud de que te mire un tuerto.Todas las mitologías nos ofrecen un amplio muestrario de monstruos. Y en el cristianismo se ha considerado siempre como un castigo de Dios, ligado por tanto a pecados individuales o colectivos, el que enviase un hijo monstruoso a una familia e incluso a un pueblo. De ahí que se procurara tenerlos ocultos. Pero como por otra parte estos fenómenos despertaban una gran curiosidad, muchos acababan cediendo a la tentación de convertirlos en un espectáculo de feria, del que obtenían un alto rendimiento. Es evidente que si bien ha desaparecido, afortunadamente, toda relación de culpabilidad con respecto a los nacimientos con deformaciones más o menos graves, sigue viva sin embargo la inclinación morbosa a hacer de estos casos un espectáculo de feria cuyo gran escaparate es la televisión.

Aunque hemos desterrado del lenguaje la denominación de monstruos para los distintos casos de siameses, los programadores de televisión saben que en el alma del público siguen siendo monstruos, y como tales los exhiben en su particular feria. Y con ellos se exhiben orgullosos los magos que muestran al público sus habilidades. Demasiado exhibicionismo para algo tan doloroso.

Mariano Arnal

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