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DEL DIA A DIA
EL DÍA DE MERCURIO
. Enseñanza

POR LA GRACIA DE DIOS

Nos hemos acostumbrado a admitir como una verdad incontrovertible el derecho monopolístico del estado a diseñar el sistema de educación por el que han de pasar todos los ciudadanos hasta la edad de 16 años. Dicho de otro modo, nadie le cuestiona al estado el derecho exclusivo a ejercer de preceptor y tutor de todos los ciudadanos durante su minoría de edad. Es uno de esos principios que se consideran cimiento y baluarte de la libertad (¿? ¡!), dogma sacrosanto inamovible, garantía de la igualdad. No se trata, claro está, de suplir a los padres en aquellos casos en que faltan, o en aquellos otros en que, estando, se desentienden de sus obligaciones. No se trata de suplir, sino de suplantar. En lo referente al diseño del proceso educativo de los niños, los padres no cuentan para nada; a estos efectos, los hijos no son suyos, sino del estado; y las responsabilidades, junto con los derechos a ellas inherentes, son del estado. A quien deben obediencia o más bien sometimiento los niños en este período de su vida, no sólo mientras están en la escuela, sino también en las actividades que de ésta irradian hacia fuera, es al estado. La obligación de los niños de ir a la escuela no lo es ante los padres, sino ante el estado, que puede actuar represivamente (y de hecho lo hace) sobre los niños (a los 16 años, ya no tan niños) para obligarles a cumplir esta obligación. Obligado es reconocer que esta situación tiene una explicación histórica muy plausible: hace tan sólo medio siglo, era el trabajo infantil y la falta de recursos de los padres para pagar al maestro, lo que impedía a muchísimos niños ir a la escuela. El papel subsidiario del estado en ese momento fue muy oportuno. Pero es que le gustó el caramelo, y pasó a convertirse en valedor de todos los niños, tanto de aquellos a quienes sus padres llevaban voluntariamente a la escuela, como de aquellos que no; y así fue como se alzó con el santo y la limosna. La situación ha cambiado profundamente desde entonces, y es el momento de revisar esa prerrogativa abusiva del estado sobre la educación. Son los padres los responsables de diseñar la educación; es la iniciativa privada la que ha de ingeniárselas para ofrecer diseños atractivos y eficaces a los padres. De hecho, así ocurre con todo lo que no son "enseñanzas regladas" (o regaladas, que para el caso es lo mismo), y bien que funciona. Lo que no funciona es que sea el estado el diseñador de determinada etapa de la enseñanza, como tampoco funcionaría el coche o el reloj que diseñase el estado; si tuviese que ganarse el mercado con sus diseños, el estado jamás se comería un rosco. Pero la educación es otra cosa. Aunque sea evidente que la moto no funciona, que pierde aceite, agua y hasta tornillos por todas partes, van y te la venden. Y de la misma manera que a nadie se le ocurre cuestionar la conveniencia de que los padres tengan a sus hijos y les transmitan sus patrones de conducta aunque sean evidentemente muy mejorables, porque se trata de un derecho natural e inalienable; así se ha situado la opinión respecto al derecho del estado a decidir la educación de sus súbditos, por mal que lo hagan, aunque se llegue al extremo, que en algunas latitudes ya se da, de que a eso no se le pueda llamar más que deseducación y perversión. Es como si les viniese ese derecho por la gracia de Dios, como les venía el poder a los soberanos absolutos.

EL ALMANAQUE entra hoy en el diseño, por aquello del diseño curricular.