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ARTICULOS
EL DÍA DE MERCURIO
. Enseñanza

¿DISCUSIÓN, DEBATE, ENTROPÍA O ATARAXIA?

A saber si es bueno que se nos eduque en las aguas quietas, mansas, estancadas del conocimiento enlatado, preparado para engullir y callar, y regurgitarlo cuando así se nos pida. La naturaleza no tiene más método de aprendizaje que la inducción: con un millón de casos particulares, o los que hagan falta, construye un principio, un estereotipo de conducta. Por eso, mientras somos inductivos, en la primera infancia, tenemos una enorme capacidad de conocimiento, y de una fiabilidad a prueba de sabios. En cambio, cuando las necesidades de la sujeción a patrones y patronos nos obliga a la deducción, el estropicio es inenarrable. Eso es inteligencia, sí señor; pero artificiosa; a costa del instinto, que es la inteligencia natural, de la que por fortuna es muy pródiga con todos la naturaleza. Pero bueno, dado que se nos da ya la realidad sintetizada y estructurada para no hacernos perder el tiempo que nos costaría alimentar nuestro entendimiento directamente a partir de la realidad; ya que no se nos permite acceder al conocimiento tal como lo previó la naturaleza, se nos podría permitir al menos discutir los contenidos y su forma de estructurarlos. ¡Pues no! ¿De qué nos serviría ahorrar tiempo por un sitio para perderlo por otro? Hay que engullir sin masticar y sin discutir, que se podría descomponer la doctrina, y entonces ya no se puede recoger ni con cuchara. Pero ¡claro!, eso comporta una mansedumbre que ni los rumiantes. Para eso hay que tener un espíritu sosegado, obediente, conforme, y además seguro de la bondad de la doctrina. Por eso estamos educando una sociedad tan ataráxica (en moderno, "pasota"); una sociedad a la que ni interesa ni conmueve nada. ¿Por qué deberían hacerlo? De este modo colocamos a nuestra juventud en ese estado feliz y quieto del sabio sabelotodo, al que nada le viene de nuevo, porque está de vuelta de todo. Una juventud que vuelve sin haber ido. Es el modelo. Y nos sentimos ufanos de él, y por él nos partimos el pecho. Parece como si nuestro ideal fuese lo que vaticinan los geólogos como la entropía de la tierra: todo lo que se podía mover ya se ha movido; lo que podía estallar ha estallado, lo que podía calentarse se ha calentado, lo que podía enfriarse se ha enfriado, lo que podía subir ha subido, y todo lo que podía bajar ha bajado. Todo está ya en su sitio para siempre. ¡Con lo formativo que sería en primer lugar educar el instinto de discutir con los demás! Pues no. A lo más que se puede aspirar en este orden de cosas es a debatir, es decir a formas aguadas y dulzonas de discusión, en forma de corteses juegos florales. Y a continuación del instinto, el ejercicio de la discusión. Si es acalorada, mejor, siempre que se mantenga la pelota en el campo de juego. Pero no, el sucedáneo engañoso de la discusión es la crítica, que se debe ejercitar en solitario contra la doctrina (no contra el adoctrinador); con lo que acaba resultando tan estereotipada y estéril que apenas tiene recorrido. Si las tensiones de todo tipo existen, es necesario darles cauce; también a las intelectuales. No nos engañemos: a la vista está que ni el deporte ni la televisión son capaces de absorber todas las tensiones del espíritu. Por eso, de la misma manera que hemos aprendido a competir deportivamente con mucho brío y sin apenas agresiones serias, así también la escuela debería entrenar a los alumnos a la dura competición dialéctica, procurando evitar sus formas más agresivas (pero sin apagar la pasión de discutir). La sociedad mejoraría.

EL ALMANAQUE explora hoy los arcanos de la discusión.