¿Qué es naturaleza? El aspecto más sobresaliente de la
naturaleza, aquel por el que la nombramos, es el nacer, el estar siempre reproduciéndose.
Es cierto que la vida es bastante más que nacer; pero ante el esplendor del nacimiento,
quedan eclipsados los demás aspectos. Nos encontramos ante una evidente sustantivación
del verbo latino nascor, nasci, natus sum. La palabra latina natura es
formalmente el nominativo y acusativo plural neutro del participio futuro activo de nascor,
y significaría "todo aquello que ha de nacer". Está claro que no es ese su
estricto significado, pero está igualmente claro que éste no se aparta de la idea de
nacer. Lo que sí es evidentemente la naturaleza es hacer y rehacer la vida, es producir
vida sin interrupción, es nacimiento sin límite. Esta definición no tendría ninguna
relevancia si no fuese porque está en flagrante contradicción con la filosofía y la
praxis vigente en nuestra cultura, que tiende a limitar la natalidad hasta el punto de no
cubrir siquiera el relevo generacional.
Es difícil imaginar cómo puede prosperar en nuestro mundo
superdesarrollado y pupertecnificado un doctrina ecologista coherente, que se tenga en
pie, que sea más que una pose y una moda. Nuestra filosofía de la vida es de lo más
antinatural que se pueda diseñar. Tanto por lo que respecta al inicio de la vida como por
lo que se refiere a su final, estamos absolutamente alejados de la naturaleza: desde que
nos enteramos de que nos morimos (la naturaleza tiene la delicadeza de no permitirles a
los animales libres ni la vivencia ni la filosofía de la muerte), desde que el hombre se
decidió a retener y represar la vida para que no se le perdiese, empezó su propia
corrupción. ¿De qué le vino la manía de guardarse los muertos? Se han intentado toda
clase de explicaciones, pero no se ha explicado satisfactoriamente todavía. Y no eran
sólo los muertos y la muerte lo que se guardó en conserva, sino también la vida. La
obsesión por no morir le llevó también a no vivir. No dejó correr la vida por no
perderla, y taponó las fuentes por no gastarla. Las aguas duraban cada vez más en la
charca, pero también envejecían más.
Nuestro empeño en no morir, que va avanzando de victoria en
victoria sobre la naturaleza, nos pasa una factura muy abultada. Si nos dedicamos cada uno
a hacer nuestra vida y a prolongarla todo lo posible (¡qué bien!, anuncian para el
próximo siglo la prolongación de la vida hasta los 200 años); en la medida en que nos
dedicamos a hacer nuestra vida, o quizá nuestra muerte mucho más lenta, nos hemos de
prohibir severamente hacer cualquier otra vida; nos hemos de prohibir vivir según la
naturaleza, cuyo más importante quehacer es la vida. Hemos de vivir reprimiendo toda vida
que intente nacer de nosostros, hemos de posicionarnos a vivir contra natura, es
decir contra cualquier posibilidad de nacimiento, y para colmo, estamos preparando ya los
principios filosóficos y morales que nos permitan también morir y administrar la muerte contra
natura. Es lo que hay, no podemos tener una cosa y al mismo tiempo su contraria. Al
tercer mundo sí que le sale a cuenta la generosidad de las especies destinadas a la
alimentación de los grandes depredadores. Pero éstos han de reproducirse moderadamente
si no quieren devorarse entre sí. Es la vida. Al menos, los que sirven para dar de comer
a los depredadores, pueden gozar de la reproducción.