Siendo los fundadores de la antropología filólogos de gran
envergadura, es de suponer que las denominaciones que se deben a ellos son de hondo calado
y bien meditadas. La de Homo Sapiens para uno de los eslabones de la cadena
zoológica de la que descendemos, tiene todo el aspecto de ser obra de filólogos.
Partiré del supuesto de que así sea. En primer lugar, hay que dejar sentado el
significado de sapere, que tanto transcrito como traducido, nos da saber.
En latín lo mismo son saberes que sabores. En español, quedan aún algunas huellas de
este pasado común. Decimos: "éste no sabe nada" y "esto no sabe
a nada" con el mismo verbo; pero en el primero caso nos referimos al saber, y en el
segundo al sabor. Esta relación permanece en el participio presente del mismo verbo que
es sapiens, sapientis, adjetivo verbal que pasó a tener el significado de sabio
sin perder el de "saboreador", del mismo modo que en todos los casos de
polisemia están presentes en la palabra todos sus significados; por eso son posibles
muchos chistes y equívocos. Al saludar a un grupo de mujeres con un "muy
buenas", siempre queda abierta la duda de si las buenas son las tardes, o ellas, y en
este caso, si mi intención es decir que están buenas, o simplemente que lo son. Es de
suponer, por tanto, que a pesar de que no se refleje en la literatura, la palabra sapiens
tuvo que mantener en el plano coloquial el significado tanto activo (el que tiene
capacidad de saborear) como pasivo (el que tiene sabor); al igual que sápidus significó
indistintamente sabroso o gustoso y juicioso o prudente; y su contrario insípidus
pudo aplicarse y se sigue aplicando por igual, junto a su sinónimo "soso" a los
alimentos y a las personas.
Si lo único que ha hecho el término sapiens es ampliar
su significado (pero no cambiarlo) de los sabores a los saberes; si ha dado el salto de la
percepción exclusivamente sensorial a la percepción mental, al usarlo nos estamos
refiriendo a la misma forma de conocimiento (sapere, saborear) pero aplicada a
planos distintos de la realidad. No se trata por tanto de un cambio de método de acceso
al saber, sino sólo de un cambio de objeto del saber. El método primitivo del saber
humano, animal por tanto, tenía que ser necesariamente irracional, instintivo, intuitivo.
El homo sapiens no pudo ser un homo rationalis o un animal rationale
como lo definió Aristóteles, sino un animal sensitivo, que además de tener
desarrollados el gusto y el olfato para decidir qué le convenía meterse en el cuerpo,
desarrolló unos sentidos interiores análogos, casi igual de sutiles, para discernir lo
que le convenía meterse en la mente; una mente cuya capacidad iba aumentando a medida que
se iba adaptando el hombre al nuevo plano de percepción. Olfateaba y saboreaba
interiormente toda nueva situación, todo nuevo conocimiento. Y fue este sapere lo
que le hizo sapiens. Pero por lo visto no era bueno para la especie estancarse en
un estadio tan primitivo y tan subjetivo del conocimiento. Era preciso dar el gran salto
de la sapiencia (un saber de muy difícil transmisión), a la ciencia, el saber que entra
por los ojos y por el oído, el que se transmite por la imagen y la palabra, el saber
mensurable y computable. Había que pasar del Homo Sapiens al Homo Insípidus;
que la ciencia para ser pura ha de ser incolora, inodora e insípida.