Igual que las estaciones del tren, las estaciones astronómicas
son los lugares en que se para el Sol en su viaje a lo largo de su recorrido anual por la
ruta del día y de la noche. La visión de nuestros antepasados era geocéntrica: era por
tanto toda la bóveda celeste la que se movía alrededor de la Tierra, no al revés; y
durante el día el gran protagonista de todo el movimiento celeste era el Sol, que
también giraba visiblemente alrededor de la Tierra. La principal fuente de información
para fijar las estaciones, y la que determinó su nombre, era el recorrido diario del Sol,
desde el orto hasta el ocaso. No sólo el recorrido, sino también la velocidad de
ascensión y descenso del Sol, que varía según las estaciones: al inicio de la primavera
(21 de marzo, el equinoccio) la declinación del Sol, es decir la caída del día acelera
su curso; pero al llegar a la proximidad del inicio del verano (el 22 de junio), se
ralentiza considerablemente la caída de la tarde, de manera que comparativamente parece
que el Sol no se vaya a poner, que se haya parado en el cielo. Este fenómeno alcanza su
culminación el 22 de junio; los romanos lo llamaron statio, estación, parada;
luego, por analogía, se señalaron varias estaciones, distinguiendo en ellas los solsticios
(paradas del Sol, al inicio del verano y al inicio del invierno), y los equinoccios
(el de primavera y el de otoño) señalando así cuatro paradas del Sol en su recorrido de
ascensión y descenso, para variar la duración de los días y las noches. Esa era, en
efecto, la visión que tuvieron nuestros antepasados durante milenios, y eran a su vez las
señales del cielo para marcar las fiestas del año (Navidad, Carnaval, San Juan y fiestas
de otoño).
Aunque todo esto sea cierto y quede afianzado con exactísimas
observaciones astronómicas, es de una gran relatividad, empezando por el propio nombre,
que en español, italiano, portugués, catalán, lo hemos obtenido del latín statio, formado
a partir del verbo sto, stare, statum (el mismo del que obtenemos estar estatua,
estamento, estación, estatuto, constitución), que encierra la idea de estacionamiento,
parada, inamovilidad. Pero es que en francés (saison) y en inglés (season)
el nombre es de la familia de "sazón", es decir que su punto de referencia no
es astronómico, sino agrícola. Como indica el Websters, es de origen latino
(sérere, satum = sembrar; satio, sationis = siembra). Y no sólo eso, sino
que en ambos hemisferios las estaciones están invertidas; en inglés, al igual que en los
días de la semana, no siguen nuestro mismo orden (el suyo es: invierno, primavera, verano
y otoño; y además en las carreteras circulan por la izquierda y cuentan la velocidad por
millas, y la altura por pies, etc.). Y en la India y en otras latitudes no les sale la
cuenta de las cuatro estaciones, así que prefieren manejarse con tres. Pero esto no es
sólo de ahora: antiguamente los indios, los griegos y los árabes conocieron tres
estaciones, equivalentes a primavera, verano e invierno; los pueblos del norte, en cambio,
de clima más frío, sólo distinguían dos: la estación fría (el invierno), y la
estación calurosa (el verano). Los romanos llegaron a distinguir hasta ocho estaciones,
cruzándose ya con el concepto de meses; pero por fin, copiando a los griegos, dividieron
el año en cuatro estaciones. Verano y estío eran respectivamente en nuestra lengua los
nombres de la primavera y el verano. El propio nombre de prima-vera nos indica que
estamos ante una repetición de ver (= primavera)