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ARTICULOS - ECOLOGIA

LA DURA TAREA DE SISTEMATIZAR

Linneo consiguió poner orden en decenas de miles de especies vegetales, que eran lo que entonces se manejaba, distribuyéndolos en 24 clases. Se empeñó en los caracteres reproductores. Así que tuvo que empezar por distinguir las plantas en dos grandes grupos: fanerógamas (janerwV / fanerós = de forma visible, más gamoV / gámos = boda, casamiento matrimonio, acoplamiento), que son las plantas con semillas, que en su mayoría presentan flores muy visibles; y criptógamas (kriptwV / kriptós = ocultamente), que son las que se reproducen de forma oculta (se aplica de forma amplia a helechos, musgos, algas, hongos y líquenes. Esta división nos es familiar porque la aprendimos en la escuela. A partir de ahí se enzarza Linneo con caracteres como la monosexualidad, la bisexualidad o el hermafroditismo de las flores; así llama hermafroditas las flores que tienen al mismo tiempo estambres (órgano masculino) y pistilo (órgano femenino). Son polígamas las plantas cuando sólo algunas de sus flores son bisexuales; son monoicas cuando las flores, cada una de un solo sexo, son unas masculinas y otras femeninas; y dioicas cuando unas plantas son enteramente femeninas y otras enteramente masculinas. Luego fija Linneo su atención en los estambres: si no son todos iguales, hablará de didinamia (doble fuerza) cuando dos son más largos, y dos más cortos; y de tetradinamia cuando la flor presenta cuatro estambres largos y dos cortos. Si los filamentos (la parte inferior del estambre) son concrescentes, habla de monadelfia; y de diadelfia (dos hermanos) cuando un estambre se separa del haz. Y sigue luego la clasificación por el número de estambres: asigna el carácter de monoandria (un solo varón) a la flor que sólo tiene un estambre, el de diandria a la de dos, triandria a la de tres, hasta llegar a la icosandria (20 estambres o más), a la que denomina también poliandria. Y entre medio aún quedan más denominaciones. Quien haya tenido que clasificar cualquier cosa, sabrá lo difícil que es empezar. Linneo tuvo el mérito de ser el primero que se atrevió con todo el reino vegetal, y obtuvo unos resultados tan satisfactorios, que en seguida fue adoptado por los botánicos; no era perfecto, pero les sacaba mucha ventaja a los sistemas que se habían ensayado hasta entonces, y era un sólido punto de partida para ir construyendo a partir de él, una clasificación cada vez más objetiva y útil. Prescindió, por ejemplo, de un concepto tan natural como el de familia, que parece que se impone por sí mismo. Dividió el reino vegetal en clases (de ahí el concepto de clasificación); las clases, en órdenes; los órdenes en géneros, y éstos en especies. Tampoco acertó siempre a elegir los caracteres dominantes, aquellos que arrastran otros caracteres secundarios a ellos sometidos; de ahí que algunas especies le quedasen muy descolocadas. Nos sorprendemos por ejemplo al enterarnos de que el almendro es de la familia de las rosáceas (una de las 2.000 especies de esta familia), y del género prunus. Pero no nos queda más remedio que aceptar la bondad de la clasificación cuando comprobamos que ésta se hace por las flores, y que si tenemos en cuenta la cantidad enorme de especies que forman cada género, las analogías entre todas ellas se hacen evidentes; sobre todo si las comparamos con especies de otros géneros. Frente a este sistema llamado sexual o linneano, se creó el filogenético, que atiende al origen de los grupos, y el natural, que se basa en las afinidades naturales de las especies.

EL ALMANAQUE se detiene hoy en la palabra y el concepto de sistema.