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ARTICULOS - ECOLOGIA

SAN JUAN

Uno de los fundamentos del valor de muchos nombres, no es el propio nombre, ni siquiera lo que éste representa, sino las fiestas que en torno a él se celebran. Y cuanto mayores son éstas, tanto mayor es el nombre; de manera que bien podemos decir que las fiestas son fuente principalísima de nombradía. No fue san Juan el origen de su fiesta (grande entre las grandes, con vigilia y octava), sino que existiendo ya la fiesta, pagana e idólatra desde sus mismas raíces, y no siendo posible extirparla, porque a ella iban vinculados ritos irrenunciables, se optó por cambiarle el nombre, el titular. Así, lo que fueron siempre las fiestas del Sol (su última personificación, Apolo), pasaron a convertirse en las fiestas de san Juan. De la natividad de san Juan. Porque siendo una fiesta de vida (así se han conceptuado siempre los dos solsticios), no podía conmemorarse en ella la muerte de un santo, como es norma. Así pues, san Juan es la Navidad del verano. No fue la relevancia del personaje histórico, análoga a la de tantos otros, e incluso por debajo de algunos, lo que disparó el prestigio de este santo y de su nombre, sino la fiesta que a él se aparejó. Hay que hacer notar también que, teniendo el cristianismo su gran divinidad femenina (así resulta de la aplicación de la terminología común a todas las religiones), la Madre de Dios no fue la elegida para presidir el solsticio de verano (ocupado el de invierno por su hijo, el Hombre-Dios); porque el Sol es, en la cultura de la que provenimos, una divinidad masculina. Es imposible adivinar a estas alturas cuáles fueron los motivos que indujeron a la cristiandad a asignar a Juan el Bautista la titularidad de una de las dos fiestas del año vividas por el pueblo como las más grandes. Fue quizá su carácter de símbolo de lo precristiano, de lo selvático, primitivo y anterior a la nueva fe pero en armonía con ella, porque se trató de renombrar una fiesta pagana. El caso es que fue el Bautista el nuevo titular de la gran fiesta solar, y con el esplendor de ésta, que se completó con el de la liturgia, creció el nombre de Juan hasta límites insospechados. Se convirtió en uno de los nombres más queridos en todos los estamentos. En la Iglesia abundó hasta el extremo de que alcanzó este nombre el más alto ordinal entre los papas (el XXIII; este último por partida doble); a la hora de nacer la leyenda de una papisa, se llama precisamente Juana. Y si nos remitimos al santoral, pasan de 100 los que llevando este nombre merecieron el honor de los altares, incluidas algunas Juanas (las más célebres, Juana de Arco, Juana de Orvieto, Juana de Portugal, Juana Francisca Frémyot de Chantal). Y si vamos a los reyes y reinas y príncipes, su listado es interminable, tanto en oriente como en occidente. Y si atendemos al estado llano, basta recordar la expresión "Juan y Pedro", que era equivalente a "quien sea", "uno cualquiera", "no importa quién", para entender que estos dos nombres se llevaron la palma de la popularidad. Y si miramos finalmente a la geografía, el nombre de San Juan aparece repetido centenares de veces en todo el mundo. Es el prestigio que arrastra un nombre ya infinito, que por si fuera poco lleva aparejada la mayor de las fiestas, con lo que queda vinculado el lugar a esas tradiciones en que se mezclan los ancestros, el santo y las historias y costumbres propias. He ahí, pues, un nombre que se ha hecho grande gracias a sus fiestas. Porque allí donde no se ha ahogado la tradición, San Juan es, antes que cualquier otra cosa, la gran fiesta que abre el verano.

EL ALMANAQUE se detiene hoy en la antiquísima verbena.