ACUARIO 

No es que las estrellas dispongan lo que nos debe ocurrir, porque es el hombre quien las ha amasado, quien las ha constelado, dibujando en el cielo aquello que más deseaba ver. Primero pensó en el nombre, y luego en el dibujo. Quiso ver en el cielo al Aguador, un siervo o un dios, eso no importa, que le lleva el agua allí donde la necesita. Era el agua la que tenía que venir al hombre, en vez de ir el hombre al agua. Ese era el camino del progreso. Y era, claro está, el signo inequívoco de la abundancia, de la fortuna y de la felicidad. Según los astrólogos, la fortuna persigue a los que nacieron en el cielo del Aguador y a cuantos afrontan audaces empresas bajo su influencia. Es que dominar el agua es dominarlo todo; domesticarla es preludio infalible de prosperidad.   

 En el riachuelo que va del cántaro a la boca del pez, en la imagen que dibuja la constelación, los egipcios vieron el Nilo, los romanos el Tíber, los italianos el Po, los franceses el Ródano, los hispanoárabes el Guadalquivir o el Guadiana, en fin, cada pueblo su gran río. Pero como el río por sí mismo no apaga la sed más que de aquellos que bajan a él, he aquí que acabó siendo el Aguador (el trasvasador y canalizador que diríamos hoy), aquel que tenía por oficio sacar el agua del río para servirla a domicilio o en los campos, el signo preferido para representar la constelación y darle nombre. ¿Y quién era el Aquarius en la Roma que nos cedió esta palabra? 

Al sustantivo aqua (agua) le añadieron los romanos la desinencia –arius, que denota oficio y equivale a nuestro –ero (de hierro, herrero; de pan, panadero; de puerta, portero; de libro, librero) que se añade al sustantivo de la mejor manera posible. Si no hubiese sido porque el término agüero estaba ya copado por el derivado de augurio, así hubiésemos llamado al Aquarius. Pero hubo que recurrir a –or, la desinencia de agente (válida también para indicar oficio: pint-or, escult-or, escrit-or) para formar la palabra Aguador como traducción del latino Aquarius. No podemos fiarnos sin embargo del aguador hispano para entender el aquarius romano, porque el nuestro tiene sumamente reducido el oficio en comparación con el latino. Se llamó aguadores en España a los que tenían por oficio llevar el agua a las casas en una cuba montada sobre un carro (una forma bastante más industrializada que el clásico cántaro). Estos mismos en lugares concurridos tenían un puesto fijo en el que además de agua vendían otros refrescos. En el antiguo argot militar se llamó Aguador del Real al criado que proveía la comida (y la bebida) de los soldados, y les lavaba la ropa; y en el minero, se llamaba aguador al encargado de achicar el agua de las galerías. 

El Aquarius romano era bastante más que el aguador hispano. Por empezar se concibió este oficio como un servicio público (lo de ir cada uno o mandar a un esclavo con su cántaro a la fuente, estaba instituido desde siempre; pero no constituía un oficio por sí mismo, y por tanto no merecía un nombre). Se usaba por tanto preferentemente en plural: aquarii, los aguadores, porque eran una institución: un cuerpo de trabajadores bien organizados, cuya función era el abastecimiento de agua a la urbs. Debían asegurar el buen funcionamiento de los grandes depósitos de agua, los acueductos y las fuentes.

ACUARIO II 

Quedamos en que los aquarii romanos eran mucho más que los aguadores de nuestros lares, bastante industrializados ya con su cuba andante; no tan pintorescos como los que aún era posible ver después de nuestra última guerra civil en las estaciones del ferrocarril, ofreciendo un trago de agua por una perra chica a los ahumados pasajeros. Al heredar por tanto de los romanos el nombre de la constelación aquarius, heredamos al mismo tiempo el concepto íntegro del aquarius de la época, lejísimos ya del anticuado, pintoresco y entrañable aguador que repartía agua con su cántaro. Tanto, que incluso cambiaron los romanos el nombre de la constelación, que anteriormente se había llamado Ámphora; pero decidieron adecuar el nombre a los nuevos tiempos. Y lo que privaba entonces para el moderno servicio de distribución de agua eran los aquárii.   

Es que el estado entendió que se trataba de un servicio público tan importante como el del fuego (tan poderosos los romanos, fueron incapaces de encender el fuego y de entubar el agua). Los servicios del fuego y del sacrificio de las reses para la alimentación estaban en manos sacerdotales: mujeres para la custodia del fuego, varones para matar. El de la distribución del agua, en cambio, fue el primer servicio público totalmente civil: un servicio del que los romanos se sentían orgullosos. Estaba atendido por un cuerpo de trabajadores bien organizado al que llamaban familia. Constaba de 240 aquárii cuya función era el abastecimiento de agua a la urbs. La familia caesárea, creada por Claudio, constaba de 460 miembros. Algunos terratenientes tenían su propia familia de aquárii. Estaba organizada en forma empresarial, como las grandes villae (fincas rústicas administradas desde una gran mansión). El víllicus (en moderno sería el primer capataz) era el responsable máximo de la familia. Le seguían como cargos de responsabilidad el castellarius (era el encargado del depósito, que se llamaba castellum = castillo); el circitor o custos, que era el inspector de todas las canalizaciones; el tector, que debía mantener éstas perfectamente impermeabilizadas y encaladas; el silicanus, que era quien debía atender a la obra mayor de los canales. Cada uno de ellos contaba con el respectivo cuerpo de operarios. 

No eran cualquier cosa los aquárii. De ellos dependía que cuando los esclavos o los plebeyos iban con sus ámforas a proveerse de agua en las numerosas fuentes repartidas por toda la ciudad, nunca les faltase, y que fuera siempre potable. En Constantinopla Zenón prescribió que los aquárii llevasen grabado en la mano el nombre del príncipe, distintivo que servía tanto para tenerlos marcados como servidores públicos, como para exonerarlos de cualquier otra carga, oficio e incluso persecución. 

He ahí por qué se consideró siempre esta constelación como de buen augurio. Los árabes la llamaron sakib alma (la de buen augurio); a sus estrellas a y o(alfa y omicron) las llamaron sadalmalik (la dicha del reino); a sus estrellas b (beta) y x (xi) las llamaron “los acontecimientos felices”. Es que la capacidad de de llevar el agua allí donde se necesita es el mayor poder imaginable.


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