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EL DIA A DIA

DAR HIJOS A LA PATRIA

No sabemos si alguien se plantea hoy la natalidad en estos términos, pero a lo largo de la historia de la humanidad, desde la misma tribu, ha sido un deber moral de las gentes dar hijos varones a su patria para garantizarle la defensa, es decir para la guerra. Cuando ésta era el modus vivendi de tribus y reinos y principados y señoríos y repúblicas, andaban todos metidos en guerras en calidad de agresores o en calidad de agredidos. En esta situación, era por una parte tan evidente el imperativo de la defensa, y por otra tan incuestionable la necesidad del relevo de las bajas, que formaba parte de la conciencia de la gente su obligación moral de darle hijos a la patria. El sentido de la defensa del territorio, tanto más cuanto menor era éste, fue uno de los motores de la reproducción. Cuando desde el más encumbrado al más humilde contribuían todos a la defensa común, era un baldón social no poder pagar este tributo personalmente y con los propios hijos. Esos eran los valores en que vivían instalados, y esos los sentimientos. Ni las familias ni los pueblos se podían permitir el lujo de envejecer, porque esa era su ruina segura. No eran precisos argumentos para convencer: eran vivencias directas. Demasiados pueblos sucumbieron a causa de su vejez bajo pueblos más jóvenes. Esta situación, que acompañó a toda la humanidad a lo largo de la mayor parte de la historia (y probablemente también de la prehistoria), determinó un claro reparto de roles por sexos: le correspondió la defensa al hombre, y el garantizar el relevo a la mujer. El riesgo, la heroicidad, la ferocidad, el ejercicio indispensable de la violencia, la rudeza de carácter, la dureza y la rigidez en la educación de los hijos, eran virtudes propias del hombre, que era por encima de todo el guerrero. El calor y el refugio del hogar, la educación de los hijos, el contrapunto a los rigores del hombre, eran el mundo físico y anímico en que le tocó vivir a la mujer. Algunas supieron reinar en ese mundo; otras se arrastraron en él: lo mismo que en el mundo laboral, unas reinan y triunfan, y otras en cambio están derrotadas y esclavizadas. Es evidente que fue la guerra (la profesionalización de la violencia) la que asignó al hombre un papel desmedido también en la paz (domi, = en casa, que decían los romanos), detrayendo a la mujer lo que a él le asignó en exceso. Una antropología seria nos dirá que la cosa empezó incluso antes de que se inventasen las guerras. Hasta es probable que la condición de reposo del guerrero y reina o cautiva del hogar, fuese un gran avance respecto a la condición anterior, mucho más lamentable. Incluso es posible que se le reconociera la condición de madre al mismo tiempo que la de esposa, porque en cautiverio no siempre coinciden reproducción y maternidad. El hecho cierto es que bajo el régimen del hombre guerrero la mujer mejoró de condición: dio un salto importante hacia la libertad, recuperando parte de lo que habiéndoselo dado la naturaleza, su señor y criador le había quitado. Pudo darle a su hombre (y a la patria de la que éste formaba parte) los hijos que antes le arrancaban de los brazos para sacrificárselos a dioses más voraces que los de la guerra. Eso dicen las escrituras antiguas. Convertirse en aliada del hombre guerrero y criar hijos para que nunca faltaran brazos que defendieran la tribu y la tierra, fue el nuevo papel de la mujer bajo la hegemonía de los dioses de la guerra.

EL ALMANAQUE prosigue en su exploración de las causas que mueven la conducta humana, y hoy sondea a través de la palabra relevo por qué se tienen y se dejan de tener hijos.