Capio, capere, captum, a partir de cuyo supino hemos formado el verbo captar, es
el núcleo de la palabra a analizar. Pero yendo directamente a lo que nos interesa, que es
el verbo concebir (y ya que estamos, daremos el salto a la concepción y al concepto), el
prefijo con no es de compañía, sino de refuerzo, de intensidad. Por tanto con-cipere
(el hecho de añadirle prefijo obliga a transformar el capere en cipere, como
el facere se convierte en ficere al añadirle el prefijo -per),
significa capturar, tomar enteramente, hacer caber, recoger, absorber... Por consiguiente
concebir es capturar la semilla del varón, aprisionarla. De entrada da la impresión de
que nuestros antepasados consideraron importante y acaso difícil el concebir; al menos
eso da a entender la intensidad que le añade el prefijo con al verbo capere, que
sin él seguiría significando lo mismo. El verbo coger significa, entre otras cosas,
montar el macho a la hembra (de ahí que en algunos países hispanos sea palabra
malsonante), aunque más bien parece que se haya convertido en activa para el macho una
palabra que es activa para la hembra, porque nuestra especial concepción sexual nos
induce a destacar como parte activa al macho y pasiva a la hembra. Es decir que
posiblemente se hayan confundido en esta palabra la acción de "concebir", que
es propia de la hembra, con la de "engendrar", que es propia del macho. En
cuanto a la concepción mental, se trata de una feliz metáfora en la que se supone que la
mente captura semillas de conocimiento que andan por ahí sueltas, con lo que concibeuna
idea que gesta durante un tiempo y la va haciendo crecer, hasta que cuando ya está
totalmente formada, la da a luz.
Entre la obsesión de nuestros antepasados por que la mujer "concibiese",y
nuestra obsesión por los anti-conceptivos, hay un abismo. Venimos de un mundo lanzado a
reproducirse con desenfreno, y vamos hacia un mundo en el que se va reduciendo cada vez
más el interés de los individuos por reproducirse, de manera que acabará siendo el
Estado el que finalmente se convierta en el inevitable intermediario y socio de toda
reproducción, igual que lo es de toda producción. Y una vez más estamos en un enfoque
descaradamente masculino y en este caso machista del tema: resulta que los anticonceptivos
se inventaron para que el hombre pudiera copular todo lo que le apeteciera sin dejar a la
mujer embarazada. Porque si se hubiese tratado de atender a los deseos de copulación de
la mujer, la teoría y la praxis de los anticonceptivos hubiese ido por otro camino. Se
partió del supuesto del débitum conyugale, es decir de la obligación de la mujer
de atender toda la demanda de sexo del hombre, y de librar a éste de la cruz del coitus
interruptus, mas conocido como marcha atrás en la lengua de Cervantes. Aunque la
ciencia trabajó con mentalidad de hombre y en beneficio del hombre, la mujer resultó
liberada sobre todo de una enorme cantidad de maternidades sobrevenidas, que en muchos
casos tenía que soportar ésta en solitario o con muy escasa ayuda. Este fue el máximo
beneficio. Y el segundo, el de la mayor libertad sexual que de ello se seguía, redundó
en mucho mayor beneficio para el hombre que para la mujer, sin negar en absoluto el
beneficio que para ella supuso también en esto.