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AMABILIDAD

Solemos olvidar que amable significa "digno de ser amado"; que amable es el que se comporta de un modo determinado, con el objeto de inducir a los demás a que le amen. Que se trata por tanto de una conducta que no se agota en sí misma, sino que tiene como finalidad mover a los demás a comportarse con nosotros proporcionalmente. Es lo que los romanos expresaban en la frase do ut des: doy para que des. Por eso, todo el que se siente objeto de amabilidades inusuales o discriminadas, se pregunta con razón qué se espera de él; con qué se pretende que corresponda a tanta amabilidad. En la mayoría de los casos, quien se muestra amable, lo único que pretende es ser amado o en caso de competencia, ser preferido.

Nuestra desinencia –ble procede de la correspondiente latina –bilis. Para fijar su significado, no hay más que recorrer una serie de palabras que la llevan: en los ejemplos fácil, noble, probable, afable, agradable y en cuantos queramos añadir, hay un denominador común, que es su condición de pasivos. Por más que nos parezca que agradable es el que agrada, y amable es el que ama (a baja intensidad), no es así, sino que agradable es la persona que hace por que le agrademos, y amable es la que hace por que la amemos; del mismo modo que factible (en latín, fácilis, reducción de facíbilis) es lo que puede ser hecho; probable, lo que puede ser probado; afable, la persona con la que se puede hablar for, faris = hablar). Amábilis, por tanto, es aquel, aquella o aquello que se deja querer, que se hace amar, que se puede amar, que es digno de ser amado o amada. Al recorrer todos los posibles sinónimos de amable, se nos hace evidente en primer lugar que no nos referimos explícitamente al que en especial denominamos y reconocemos como el sentimiento del amor por excelencia (aunque tampoco lo excluimos), sino más bien a esas gotas de amor que procuramos diluir en todos los órdenes de la vida, para hacerla soportable cuando es dura, y añadirle algo de encanto cuando es aceptable.

El término amabílitas se forjó en latín, con el mismo significado aparente que tiene para nosotros, como sustantivación del adjetivo amábilis, amábile. Digo que la igualdad de significado es aparente, porque la amabílitas latina estaba mucho más cerca del amor y conducía a él. Nuestra amabilidad, en cambio, es un producto distinto; tiene que ver con las formas y con las normas de conducta, pero no con los sentimientos. No sólo eso, sino que sirve a menudo como encubridor de los verdaderos sentimientos y de las intenciones, porque al empeñarnos en causar buena impresión en los demás, no nos importa recurrir incluso a la mentira y a la ficción. Y eso es así porque le hemos dado del todo la vuelta a la palabra: hemos olvidado que el objetivo inicial de la amabilidad fue atraernos el amor de los demás, esforzarnos por que nos amasen; y en vez de eso nos entregamos a halagar su vanidad y a complacerles por todos los medios. En vez de atraer a los demás hacia nosotros mediante la amabilidad, la empleamos para arrastrarnos hacia ellos, a menudo con formas muy poco dignas. Como decía Dostoyevski, llegamos a asumir considerables sacrificios por querer causar buena impresión en los demás. He ahí una palabra grande y noble que, al tergiversarla, la hemos empequeñecido y envilecido.

Mariano Arnal

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